Dr. Esteban Emilio Mosonyi – Antropólogo y lingüista
Rector de la Universidad Nacional
Experimental Indígena del Tauca
Comienzo esta intervención mía saludando al Presidente
Correa de la hermana República del Ecuador, figura política mundialmente
reconocida y hace muchos años esperanza de la humanidad progresista. Después
del muy lamentable fallecimiento del Presidente Hugo Chávez, no cabe duda
acerca del liderazgo de Rafael Correa en lo que concierne a la conducción de la
ALBA y, más allá de esta, de todo el bloque de UNASUR, por no nombrar otros
escenarios, también interesantes. Es hasta difícil sintetizar los logros de Correa,
quien ha estabilizado como nunca antes a la República del Ecuador,
resolviéndole una crisis secular, ha encaminado la Revolución Ciudadana
obteniendo con ello –después de estar más de siete (7) años en el poder– una
fuerte mayoría al cosechar una entusiasta reelección. Se le reconoce, pues,
desde las filas revolucionarias como un conductor de pueblos capaz de poner en
marcha y hacer avanzar grandes iniciativas prácticas, enrumbadas hacia utopías
concretas.
Digo todo esto en homenaje de una experiencia política
exitosa y en plena etapa de cumplimiento. Pero también hago estos señalamientos
iniciales para dar a entender, despejando todo malentendido, desde dónde me
dirijo al Presidente del pueblo ecuatoriano, sin irrespeto o malicia alguna;
como a un hermano y aliado en la noble causa de los pueblos oprimidos del
mundo, en la cual me enorgullezco de militar hace muchas décadas. Escogí de
manera bien puntual el verbo “enorgullecer”, porque a veces no es bueno
disfrazarse hipócritamente con el peto de una extrema modestia, que solo
pretende encubrir complejos de toda índole y otros sentimientos malsanos. Estoy
asumiendo este importante Diálogo como luchador social que también he obtenido
considerables éxitos desde las profundidades del siglo o milenio pasado,
especialmente en la defensa de la diversidad societaria.
De manera que al plantear el caso Yasuní, uno de los
espacios con mayor biodiversidad en América o Abya Yala y en el mundo –foco
también de una amplia sociodiversidad con sus indoblegables pueblos amazónicos–
estoy tomando la palabra como quien predijo y contribuyó a echar las bases a un
hermoso proceso de reivindicación, recuperación y no pocas veces revitalización
de los pueblos nativos de nuestro Continente y aun más allá, en lo referente a
sus derechos colectivos, tierras, culturas e idiomas.
Amo profundamente al Ecuador, país que he tenido el
privilegio de visitar en múltiples ocasiones y con cuya historia, culturas e
inigualables ecosistemas –piénsese también en el Archipiélago de los Galápagos–
me siento con derecho a estar plenamente identificado. Más allá de la hermosa
capital Quito y otros pujantes centros urbanos, he visitado con humilde pero
consciente sentido de solidaridad una porción de su geografía telúrica y
humana. Todavía me laten los recuerdos de Napo, de la Amazonía Ecuatoriana,
donde el grupo de visitantes oficiales internacionales del cual formaba parte
se encontró, entre otras gratas sorpresas, con el dinamismo de una comunidad
kichwa amazónica, que supo darnos una magnífica lección. Esta versaba sobre lo
que ya para ese momento –todavía muy dentro del horizonte temporal del siglo
pasado– yo entendía como una versión acrisolada del modo de vida indígena por
encima de sus legítimas diferencias étnicas y lingüísticas; que hoy día recibe
el nombre de “sumak kawsay” y va despertando cada vez más entusiasmo en el
mundo entero. Fuimos recibidos con una hospitalidad inesperada, en medio de
unas demostraciones de capacidad organizativa propia que nunca pudimos olvidar.
Las y los voceros de esta comunidad –no la voy a nombrar por
considerarla como parte de una vivencia generalizable– nos hicieron una
descripción y una explicación convincentes de cómo ellos ordenan su vida
presente y futura; sobre la base de su historia y cultura, su larguísima
experiencia colectiva igualitaria y solidaria; su propia versión de la
Educación Intercultural Bilingüe en Educación tanto Inicial como Básica; una
muy variada economía agrícola, totalmente armonizada con la naturaleza
circundante; incluso el riquísimo arte gastronómico amazónico que pudimos
disfrutar en toda si sabrosura y originalidad, antes inédito para la mayoría
del grupo visitante. También me conmovió sobremanera una actividad de aula, la
clase impartida a un conjunto de niñas y niños de la Comunidad, en la cual la
docente, en su mejor vestimenta típica incluyendo una hermosa corona de plumas
en la cabeza –no como se hace ante la presencia de unos turistas y otros
curiosos, sino en la plenitud de su deber profesional y ciudadano– dictó una
clase que yo denominaría magistral, con una fluidez y control absoluto de su
sonoro idioma, mostrando a la vez una cantidad de objetos presentes en su
medio, de uso cotidiano. Posteriormente, ella tradujo al español sus propias
palabras. Luego continuó con explicaciones metodológicas, siempre en alegre y
exuberante diálogo con el auditorio, y no tardó en expresar en forma
inteligente, crítica y autocrítica, sus importantes logros como comunidad, pero
también las fallas y necesidades. Lo bueno no supone lo perfecto y además la
interculturalidad implica enriquecerse con los aportes bien dosificados de la
sociedad nacional y aun de la supranacional. Ni ellos ni mi persona somos
nativistas exagerados, ni románticos incorregibles, si bien en lo personal
admiro profundamente la creatividad sociodiversa que reinó durante el
Romanticismo.
En ese Evento estuvieron presentes uno/as amigo/as y
compañeros/as kichwa de la Sierra Ecuatoriana, quienes entendían perfectamente
la variante lingüística de la zona selvática; pero no desaprovecharon la
oportunidad de conversar con respeto y departir amigablemente con sus
connacionales selvícolas llamando la atención sobre las diferencias, claramente
perceptibles, entre sus formas de hablar el mismo idioma. Ello se evidenciaba
en sus fonemas, su gramática y sobre todo en el vocabulario utilizado: una
magnífica unidad en la diversidad. En ese mismo viaje visitamos también los
alrededores de Otavalo, Provincia de Imbabura, donde encontramos comunidades
kichwa igualmente organizadas, limpias y hospitalarias, celosas conservadoras
de su lengua y cultura; pero cuidado, también en una actitud de
interculturalidad dialogante con la nación ecuatoriana en su totalidad, que no
admitía ambigüedad alguna: Ellos se consideran los más ecuatorianos de todos
los ecuatorianos, en el mejor sentido afirmativo. La experiencia plurinacional
ecuatoriana y boliviana nos demuestra claramente no solo la viabilidad sino
también el valor intrínseco del pluralismo multidiverso.
En otra oportunidad, tuve la suerte de asistir a un rito
ceremonial en las inmediaciones de Cuenca, donde me llamaba especialmente la
atención el hermoso y a la vez sobrio vestuario femenino –en esa ocasión
impecablemente blanco– y sobre todo la impresionante belleza de las mujeres
jóvenes de la nacionalidad kichwa en esta región del país. Lo afirmo no con la
novelería a veces enfermiza del viajero superficial, sino en tanto profesional
de las ciencias sociales provisto de suficiente base teórica para apreciar, en
sus justas dimensiones, todas aquellas manifestaciones de la sociodiversidad
–así como de la biodiversidad– que hacen nuestra existencia planetaria
merecedora de ser vivida. Si esta clase de experiencias no existiesen, ¿para
qué viviéramos todos nosotros?. En tal sentido haré mías las palabras emitidas
en una publicación de la Universidad Indígena Amawtay Wasi, Casa de la
Sabiduría, ahora en mi condición de Rector de nuestra Universidad Indígena
Venezolana de Tauca: “Sumak yachaypi alli kawsaypipash yachakuna. Tukuylla
tukuypurarishpallami, sapan ñukanchik kikin uchilla llaktakunapika “sumak
kawsay” yachayta rurashpa katinata ushashunmi” (Aprender en la sabiduría y el
buen vivir: esto nos invita a todos y a cada uno a que desarrollemos nuestra
capacidad de hacer nuestros propios recorridos, nuestros propios juegos, a fin
de hacer de la vida en nuestras localidades un permanente proceso de
construcción y reconstrucción del bien vivir).
Me esforzaré en resumir estas y otras experiencias análogas
en la forma siguiente. Sé que lo relatado no presenta ni representa todo el
Ecuador contemporáneo, sus urbes, sus instituciones. Eso para mí está claro. Ni
siquiera agota la sociodiversidad ecuatoriana como tal, por no abarcar a los
afrodescendientes de Esmeraldas; a los voluntariosos montuvios; tampoco hago
mención ni alusión a varias de las nacionalidades indígenas, por ejemplo los
omnipresentes hermanos shuar. Pero también es verdad que lo reflejado en estas
breves páginas corresponde a una imagen impactante del Ecuador profundo
–siguiendo la orientación del maestro mexicano Guillermo Bonfil Batalla– que
establece una pancronía uniendo lo histórico con lo más actual e inmediato, lo
telúrico con lo humano. Yo me decía en aquel entonces: “a este país
impresionante en su concentrada megadiversidad solo le hace falta un sistema
político y un gobierno que le resuelva los problemas carenciales enrumbándolo
por las vías de un verdadero progreso”. Y como respondiendo a esa aspiración y
ese deseo sentido por muchos, llegó un estadista talentoso con arrolladora vocación
transformadora en la persona del Presidente Rafael Correa.
Efectivamente, el actual Presidente interpreta a Ecuador
como nadie, en sus haberes y en sus necesidades. Me sorprendió gratamente su
dominio del idioma kichwa, su justo reconocimiento de los pueblos y movimientos
indígenas, para ser coherente con mis planteamientos iniciales: incluso una
ejemplar preocupación por el ambiente y otros valores trascendentales. Con la
mayor sinceridad de la que me creo capaz confieso que le aplaudí su ofrecimiento
de salvar el Parque Yasuní, pero exigiendo paralelamente al resto del mundo una
importante contribución financiera. No es justo que Ecuador, país más bien
pobre en lo estrictamente económico, tenga que renunciar a la explotación de un
recurso tan rentable como el petróleo, en forma unilateral, mientras que los
países poderosos del mundo, muy a pesar de su henchido discurso ecológico, le
den la espalda de la manera más cínica. Todo esto lo comparto con el Presidente
Correa y verdaderamente lamento que no se haya movilizado el Planeta entero,
para colaborar entre todos por la salvación de un rincón del orbe bendecido por
una sin par biodiversidad.
Entiendo y comparto plenamente –casi de manera empática–
estas duras realidades y los problemas que confronta el Presidente Correa. Sin
embargo digo también, con plena conciencia del peso de mis palabras: Más allá
de la sucia jugarreta de los Estados dominantes, de los emporios de poder
económico, político y militar, de los amos del universo; por decirlo en una forma
sintetizada, juzgo y sostengo que la respuesta de Ecuador no deberá ser el
sacrificio de Yasuní I.T.T. (Ishpingo, Tambococha, Tiputini). No me sentiría
conforme con la pérdida de la biodiversidad que este alberga y que se perdería
irremisiblemente; al igual que los indígenas que allí habitan, los huaorani en
especial, algunos de los cuales han optado inclusive por el aislamiento
voluntario: en vista del marginamiento, deculturación y mortandad epidémica que
vienen sufriendo sus hermanos más aculturados. Tengo documentos que acreditan
la inmensa preocupación que el mismo Presidente siente y sigue teniendo por
esos hermanos indígenas, que parecen condenados a correr la misma mala suerte
de los arahuacos taínos de las Antillas cuando llegó con sus huestes el
almirante Cristóbal Colón; quienes al poco tiempo comenzaron a entregarse a una
febril explotación del oro, con sus terribles efectos esclavizantes y
genocidas.
Es cierto que algunos defensores de la apertura petrolera
propagan la idea de que actualmente se cuenta con una tecnología
suficientemente avanzada para poder reducir cualquier impacto ambiental y
sociocultural al mínimo; además de que la explotación como tal afectaría solo
una mínima parte del Yasuní I.T.T. En el fondo todos sabemos que no es así; las
experiencias ecuatorianas y de otras latitudes dondequiera en el mundo
contradicen terriblemente tamaño optimismo. Si la extracción petrolífera fuese
tan inofensiva, toda esta discusión estaría de más; pero los indicadores
disponibles nos alertan sobre gravísimos peligros. Esto es válido para Ecuador
y toda la Amazonía; es decir, para países como Brasil, Perú, Bolivia y la
propia Venezuela, que cuenta con reservas petroleras para un medio milenio: si
es que el país y el Planeta soportaran el extractivismo petro-minero intensivo
por tanto tiempo. Mas el deterioro del Planeta ya hace rato comenzó y según
cálculos fidedignos, objetivos y no sensacionalistas, avanza mucho más rápido
que las previsiones más pesimistas.
Sabemos que el Presidente Correa ha exteriorizado más
conciencia y preocupación ambientalista y humanista que la gran mayoría de los
jefes de Estado y que está tomando estas últimas decisiones con el mayor dolor
que cabe imaginar. Por eso insistimos en que la apertura petrolera en reservas
biológicas y resguardos de comunidades altamente vulnerables como lo es Yasuní,
patrimonio vivo del Ecuador y de la Humanidad, está lejos de ser la única
respuesta posible o la más idónea frente a ese arrogante desafío de la economía
capitalista mundial. Es tiempo de irnos dando cuenta de que el extractivismo y
el hiper-desarrollismo constituyen una trampa mortal, que el capitalismo en su
fase final decadente tiende sobre todo a los países y gobiernos más
progresistas. Lo hace para desviarlos de su propósito y con ello apuntalar y
salvar ese pútrido sistema de explotación del ser humano, de la Madre
Naturaleza –de la Pachamama o Mamapacha si se quiere– por una mafia viciosa de
gobiernos y corporaciones, que se niegan absolutamente a dejar de dominar un
Planeta moribundo.
Considero este punto demasiado importante para dejar mis
consideraciones de este tamaño, por lo que trataré de glosar mis ideas de una
manera más inteligible. Ya el mundo capitalista, ante la definitiva crisis
ambiental, el levantamiento de los pueblos, la rebelión de miles de millones de
indignados que son el 99% de los habitantes de la Tierra, se sabe perdido y
entiende que está disparando sus últimos cartuchos, pese a que sus apetencias
imperialistas nunca han cesado. ¿A qué treta puede recurrir, entonces, ese
establecimiento capitalista y neoliberal ante su inevitable declive? La
respuesta no parece fácil, pero nosotros hemos ideado una hipótesis que parece
dar la talla. El capitalismo, a través de sus operadores más audaces, ha
resuelto inocular su ponzoña, su veneno destructor, en los sistemas políticos
que últimamente han surgido para cuestionar y hasta desarticular su
omnipresencia y prepotencia en diversas partes del mundo, especialmente en
América Latina. Es como si yo oyese su mórbido discurso cuando exclaman: “Está
bien, ellos serán socialistas, progresistas, revolucionarios y todo lo demás;
pero nosotros vamos a inyectarles el veneno del capitalismo, no importa que se
trate por ahora –en lo fundamental– de un capitalismo de Estado”.
Por otra parte, los dirigentes políticos de los países
progresistas, quienes lógicamente necesitan inmensos recursos para hacer frente
a su gran tarea transformadora, pueden terminar cediendo a la tentación de
pelear con las armas del enemigo, práctica que solo contadas veces da resultado
positivo. En ese confuso escenario arremeten las transnacionales; junto con los
países que las respaldan, los grandes compradores de materias primas, incluso
los neocapitalistas como China y los emergentes como India y Brasil. Hay toda
una secuencia perversa de pasos regresivos que conducen a la creciente
reprimarización de economías otrora agroindustriales, industriales y de
servicios sofisticados. Las potencias necesitadas de fuentes energéticas y
materias primas llegan a ofrecer precios elevados por esos productos, ante lo
cual suelen capitular los países más pequeños, deslumbrados por la afluencia de
divisas. Como consecuencia, a veces se sienten poco estimulados a lidiar con
una economía propia compleja, ni tan preocupados por autoabastecerse en
alimentos y otras mercancías, pues resulta menos costoso y más fácil
importarlos del exterior.
Volviendo a la apertura y explotación petrolera, tan
tentadora inclusive para los países más progresistas, he de hacer la siguiente
confesión. Yo, como ciudadano venezolano, me siento francamente incómodo al ser
partícipe involuntario de una economía petrolera. Esto me atañe solo
indirectamente, ya que mis limitados ingresos provienen principalmente de la
actividad académica. Mas también es verdad que soy pagado por el Estado –del
cual yo formo parte– en tanto profesor universitario, y ese Estado saca sus
recursos casi íntegramente de la exportación petrolera. Y ese negocio –típica
arma del enemigo– es el más ultra-reaccionario y antirrevolucionario que existe
en la faz de la Tierra. Internamente desestimula cualquier actividad de la
población, quien tiene la expectativa de beneficiarse del falso maná que, mal
que bien, distribuye el Estado: este debe velar por la subsistencia de las
mayorías, asegurando de paso sus votos en las elecciones periódicas. Pero ese
ingreso estatal, relativamente fácil, seguro y fruto de muy poco esfuerzo, se
invertirá luego en un consumismo a menudo desaforado, el uso continuado y
exagerado del automóvil y otros vicios típicamente capitalistas, por más que el
Estado “progresista” se esfuerce por evitarlos.
Hacia el exterior los efectos de la petro-adicción son
similares y tal vez más perniciosos todavía: Nosotros, al exportar petróleo,
prolongamos indefinidamente el uso predominante de la energía fósil,
contribuyendo así decisivamente a la contaminación y muerte del Planeta, que
según los indicadores más confiables parece tener los días contados. No me
siento ningún ingenuo o comeflor en materia de análisis socioeconómico, a pesar
de ser básicamente un cultivador de la antropolingüística y, en un ámbito de
mayor amplitud, de la antropología crítica y comprometida. Bien sé, al igual
que la mayoría no extremista de la gente relativamente informada, que incluso
en el mejor de los casos el cambio a partir de las energías contaminantes a las
no contaminantes y limpias requiere unas décadas de transición; pero también
estamos enterados de que ya se podrían dar los primeros pasos. Hay suficiente
investigación sobre esta temática, además de las experiencias que así lo
comprueban. Estoy plenamente convencido de que Venezuela, para seguir con el
ejemplo, sería un mejor país si no fuera productor de petróleo, o por lo menos
si ese combustible no fuese tan abundante incluso a futuro. ¡Cuántos países se
han levantado y se han abierto camino sin contar casi con los llamados recursos
naturales!. Ningún Estado petrolero se ha salvado de las taras del llamado “oro
negro”; ni tan siquiera la escandinava Noruega, con su aislamiento espléndido,
su giro político a la derecha aparejado a una crisis ideológica.
Pero no nos aventuremos tan lejos todavía. Es tiempo de
redondear mi petición al querido y apreciado Presidente Correa, con respecto a
la tan deseable no petrolización presente ni futura del incomparable “Parque
Yasuní”, del cual reivindico mi parte como ciudadano del mundo progresista.
Estoy inclusive dispuesto a contribuir con una cuota proporcional a su
sostenimiento, tomando en cuenta mis módicos ingresos. Estoy seguro de que al
cabo de una buena campaña concientizadora, mucha gente haría lo mismo. La
humanidad conformada por los ciudadanos de todos los países –especialmente en
Ecuador a través de su Revolución Ciudadana– está cada vez más ávida de
participar en las grandes decisiones que se toman a distintos niveles y en
diferentes lugares. Además, si bien no todos somos Gobierno, todos somos
Estado. Queremos participar y no mediante simples referendos para votar “sí” o
“no” sino en reuniones, actos y eventos donde podamos expresar inteligentemente
nuestros argumentos. Que se nos brinde la oportunidad de razonar y aplicar el
pensamiento complejo a la hora de formular las decisiones. Como pütchipü´ü o
palabrero del pueblo wayuu –sin importar mi condición de alíjuna o no
indígena–elegido en una reunión internacional e intercultural en la Baja
Guajira, rechazo las disyuntivas y las comparaciones inapropiadas. También soy
y me considero discípulo del gran cacique salish Seattle –pronunciado
correctamente Si´ahl- cuyo discurso tuve la suerte de poder leer en la versión
e idioma originarios. Me atrae mucho más el diálogo fecundo que la
confrontación estéril. De allí mi petición sincera y transparente al estimado
Presidente Correa, para que considere y reconsidere tantos argumentos y
propuestas que, partiendo de diversos actores sociales, han sonado sobre este
delicado tópico: vuelto emblemático para el Continente y para sus procesos
libertarios.
Reitero que los pueblos y ciudadanos del Mundo estamos
plenamente conscientes de que Ecuador –al igual que tantos otros países todavía
en proceso de descolonización y autoafirmación– requiere de ingresos, sobre
todo de divisas, para realizar sus planes de inversión social, en una cantidad
muy superior a la que dispone actualmente. Pero hay otras formas de obtenerlos
sin sacrificar parte de su patrimonio biológico e histórico, tangible e
intangible. En términos algo metafóricos, no veo la necesidad de amputarnos un
pie sano para obtener un millón de dólares a cambio. Y esto es igualmente
válido para todos los países del Planeta, absolutamente todos sin excepción. Un
Presidente tan inteligente, preparado y muy bien informado como el respetado
Rafael Correa, sabe perfectamente cuáles son las grandes potencialidades de
Ecuador en agricultura y agroindustria, industria ligera y pesada, servicios y
turismo; sobre todo turismo social y educativo, para evitar la contaminación y
la destrucción de paisajes en veces demasiado vulnerables. No tengo duda alguna
de que el pueblo entero colaboraría, ese famoso 99% que quiere protagonizar su
propia historia, en Ecuador, en Venezuela y en todas partes.
Además, ningún interlocutor responsable y serio se
pronunciaría por eliminar, especialmente de un día para otro, toda la industria
petrolera y minera, aparte de la imposibilidad e impracticabilidad de tal
propósito. Repetimos que la sustitución de energías fósiles ocurriría a mediano
y largo plazo. En tal sentido, es muy oportuno señalar aquí que las reservas de
Yasuní I.T.T. solo constituyen una parte de las existentes en el subsuelo
ecuatoriano. De manera que el sacrificio hecho por el Estado sería relativo y
la ganancia sumamente importante, al salvaguardar algo tan valioso e
irremplazable para Ecuador y la Humanidad. Otro renglón que habría que
examinar, especialmente en los países progresistas, es el gasto militar,
artificialmente exacerbado por los perros de la guerra, también símbolos de un
capitalismo extenuado y desnaturalizado. Es verdad que todo país tiene que
estar preparado para defenderse de posibles ataques exteriores e incluso alguno
que otro percance interior. Pero ante la proliferación de armamentos en el
Mundo, es extremadamente improbable la utilización incontrolada de armas de
destrucción masiva hasta por parte de las potencias imperialistas, por estar
consciente de que con ello firmarían también su propia sentencia de muerte. Un
uso recíproco del arsenal nuclear –del cual ya disponen varios países- haría
imposible la permanencia de la vida a escala planetaria, salvo tal vez algunos
nichos y especies biológicas residuales muy alejadas de la humana.
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