La generalizada oposición que afrontó el bombardeo a Siria
obligó a Obama a cancelar el operativo. El pretexto de las armas químicas no
alcanzó para crear el clima belicista que exigía esa acción. Por eso el
gendarme -que ostenta un insólito premio Nobel de la Paz- aceptó la propuesta
rusa de instaurar un control internacional sobre el arsenal. Pero las
inspecciones en Damasco requerirían un despliegue de tropas que nadie quiere
enviar y un complicado proceso de traslado de armas que todos descartan.
El rechazo al bombardeo fue contundente dentro de Estados
Unidos. Las encuestas ilustraron el descreimiento de la población, luego de la
estafa sufrida con las armas de destrucción masiva de Irak. Tampoco funcionaron
las imágenes del sufrimiento sirio que difundieron los medios.
Ya es sabido que las incursiones de “protección humanitaria”
no se circunscriben a objetivos militares y afectan a la población civil. Hay
cierto desgaste del discurso hipócrita que propaga el principal proveedor
mundial de sustancias químicas. Estados Unidos encubrió recientemente el uso de
fósforo blanco por parte de Israel en Gaza y es culpable de Hiroshima y de los
mutilados de Vietnam.
Obama tampoco logró la cobertura de Naciones Unidas para
disfrazar su matanza con normas de derecho internacional. Las invasiones que
ampara ese organismo nunca son resueltas por la “comunidad internacional”.
Invariablemente emergen de algún contubernio entre las cinco potencias con
derecho a veto en el Consejo de Seguridad.
Los socios tradicionales del sheriff global se negaron esta
vez a repetir el acompañamiento aportado a las invasiones de Irak, Afganistán y
Libia. En el G 20, Estados Unidos sólo obtuvo el apoyo de Francia, Turquía y
Arabia Saudita, frente al llamativo rechazo de Alemania y el repliegue de
Inglaterra.
Pero la suspensión del bombardeo constituye tan sólo un
episodio de la contraofensiva imperial en Medio Oriente. Debe lidiar con la
pérdida de varios dictadores y el deterioro de gobiernos adversarios que
garantizaban la estabilidad regional. Estados Unidos busca contener a sus
rivales, aplastando al mismo tiempo todas las expresiones de resistencia
popular.
En una región explosiva se han intensificado las disputas
entre los imperios, los sub-imperios, los emiratos y las castas militares por
la apropiación del petróleo y el control de las rutas estratégicas. Pero las
potencias occidentales, el islamismo reaccionario y los ejércitos represivos
están conjuntamente embarcados en el entierro de la primavera árabe. Siria
concentra estas múltiples dimensiones del problema.
Multitud de conflictos geopolíticos
En Siria se registró una sublevación con demandas
democráticas semejantes a Egipto o Túnez y se formaron comités populares para
exigir reformas políticas. Pero la respuesta oficial fue brutal y el conflicto
derivó en una guerra civil con rasgos inter-comunitarios. Los yihadistas que se
sumaron a la oposición elevaron el nivel de crueldad y el país quedó desgarrado
en un mar de víctimas.
Este conflicto se agravó por el papel central de Siria en la
región. Su gobierno es un aliado tradicional de Rusia, está asociado con Irán y
se opone a Israel-Estados Unidos. Obama apoya a un sector de la oposición
armada (ELS), pero maneja con cautela la entrega de armas, para evitar su
captura por los yihadistas (Al Nusra, EIIL).
El presidente del imperio busca disciplinar a la enorme
variedad de grupos opositores mediante un juego maquiavélico. No quiere repetir
lo ocurrido en Afganistán, alimentando una fuerza de talibanes bajo la
protección norteamericana. Destruir a un régimen adversario sin alumbrar otro
Bin Laden es la gran dificultad que enfrenta Obama.
Para equilibrar ambos objetivos sostiene a la oposición
cuando pierden terreno y la abandona cuando acumulan victorias. Es la política
del desangre que ha explicitado un conocido estratega [2]. Obama justamente
decidió el bombardeo luego de varios triunfos militares del gobierno. Ese
resultado y no el uso de armas químicas fue “línea roja” que alarmó al
imperialismo.
Pero la intervención fue también concebida como una
advertencia a Rusia, que maneja una base naval en Siria y provee de pertrechos
al gobierno. Se buscó retomar la ofensiva iniciada hace una década con el
ataque a Serbia y el despliegue de misiles en Europa Oriental. Estados Unidos
está empeñado en impedir el resurgimiento de su principal rival de la guerra
fría.
Esta pulseada geopolítica tiene correlatos económicos
directos. Rusia proyecta un gasoducto desde sus yacimientos hasta el
Mediterráneo (South Stream), en competencia con el conducto promovido por
Estados Unidos y los emiratos del Golfo (Nabucco). Siria está ubicada en el
medio de estas redes, como un centro de pasaje y almacenamiento de combustible.
Además, Rusia está directamente interesada en impedir la expansión de los
islamistas en las ex repúblicas soviéticas que rodean sus fronteras [3].
También Turquía afronta serios dilemas frente al estallido
de Siria. Actúa como la principal sub-potencia de la zona, alberga bases de la
OTAN y promueve el debilitamiento de su vecino. Pero al mismo tiempo comparte
con Siria la oposición a la independencia de los kurdos que habitan en ambos territorios.
La guerra de Irak ya abrió el camino para el surgimiento del temido Kurdistán.
El bombardeo a Damasco constituía, además, un sustituto del
postergado ataque a Irán, que continúa desarrollando una política nuclear
independiente. Estados Unidos e Israel han saboteado esa economía, asesinado
científicos y desplegado presiones diplomáticas para frenar el procesamiento
del uranio. Pero no están en condiciones políticas de concretar el bombardeo a
Teherán. El frustrado ataque a Siria era una advertencia a los Ayathollas.
Obama se disponía a repetir la “zona área de exclusión” que
instauró en Libia para preparar la caída de Gadafi. Pero existen significativas
diferencias con ese precedente, puesto que Libia no es un centro del ajedrez
geopolítico internacional. Allí prevaleció la unanimidad imperialista, Rusia
jugó un papel secundario, Irán no fue determinante y las potencias que
financiaron a la oposición se repartieron amigablemente el petróleo. Las
tensiones tribales al interior del estado libio nunca alcanzaron relevancia y
los yihadistas no lograron prosperar frente al control impuesto por la OTAN.
El laberinto sirio induce a Estados Unidos a una
intervención más cuidadosa. Esa cautela genera vacilaciones en las elites
republicanas y demócratas que definen la política exterior e indecisiones en el
Ejecutivo. Por eso el Congreso resistía el bombardeo, repitiendo el escollo que
enfrentó Cameron en el Parlamento inglés.
El margen de acción norteamericano está recortado luego de
la caída de los mandatarios fieles a Occidente (Mubarak, Ben Alí) y el colapso
de sus sustitutos (Morsi). No es fácil restaurar el manejo imperial frente al
eje de Irán-Rusia-Chiitas. Medio Oriente se está incendiando más que de
costumbre y predomina el descontrol sobre sucesos imprevisibles [4].
Frente a estas restricciones Estados Unidos retomó las
negociaciones con Rusia, para consumar una “transición” parecida al cambio de
fachada concertado en Yemen, mediante el desplazamiento del presidente Saleh.
El régimen sirio navega en esta tormenta con su pragmatismo
habitual. Choca con Estados Unidos pero participó en la primera guerra del
Golfo. Confronta con Israel pero disciplina a los palestinos. Rivaliza con
Turquía pero obstruye el Kurdistán. Durante mucho tiempo acantonó tropas en el
Líbano para ordenar las fracciones en conflicto. Pero esta vez enfrenta una
dislocación sin precedentes.
Yihadistas e islamistas
Arabia Saudita y Qatar financian a los batallones más
activos de la oposición siria (FILS) y probablemente apuesten a una ocupación
extranjera, siguiendo el modelo aplicado en el Líbano durante los años 80.
Tienen intereses geopolíticos propios, influyen a través de Al Jazeera en la
formación de la opinión pública y operan a través de vastísimas redes de
caridad islámicas.
Las monarquías del Golfo intervienen, además, con un ojo
puesto en sus propios países. Han reprimido todas las protestas, golpeando
especialmente a los inmigrantes. Arabia Saudita despachó directamente tropas
para aplastar a la mayoría chiita de Bahrein.
Pero las columnas yihadistas que desembarcaron en Siria
(Jabat al Nusrah, EIL) recurren a una intimidación mucho más extrema,
especialmente contra otras confesiones. Los cristianos -que ya abandonaron en
masa Irak- ahora se escapan de Siria.
Los fundamentalistas son reclutados por todo el mundo árabe
y conforman un tejido transfronterizo que se financia con diversos negocios. Se
jactan de los asesinatos perpetrados en Afganistán, Bosnia, Chechenia e Irak y
han decretado una guerra santa contra el laicismo, la acción sindical, los
derechos de las mujeres y las conquistas democráticas. En las zonas bajo su
control restauran códigos medievales de regulación de la vida social.
Los yihadistas cumplen una función semejante al fascismo de
Europa. Conforman una fuerza internacional de terror que utiliza la religión
para restablecer retrógradas jerarquías. Este rol fue visible por primera vez
en los años 80 con la irrupción de los talibanes, que Estados Unidos financió
en Afganistán para destruir un régimen progresista asociado a la URSS.
Con el auxilio directo del estado pakistaní, esos grupos
destrozaron todos los logros de educación, transformación agraria y
modernización cultural, que había introducido un gobierno de izquierda. Los
talibanes se afianzaron posteriormente en Pakistán, creando una gran plataforma
de islamización reaccionaria. De esta red surgió Al Qaeda [5].
Los yihadistas no sólo trasladan a Siria la guerra sectaria
entre sunitas y chiitas que ya desgarró a Irak. También se perfilan como una
atroz amenaza para la clase obrera. Basta registrar sus acciones en Túnez para
notar la magnitud del peligro. Allí declararon una guerra abierta a la central
sindical y asesinaron a un dirigente histórico de la izquierda (Chukri Belaid).
Ese crimen retrató como ambicionan reconstruir el Califato sobre las cenizas de
la organización obrera.
Túnez está en la mira de estas falanges por la vitalidad del
sindicalismo y la izquierda. Allí se desarrolló la irrupción más radical de la
primavera, cuando una rebelión de jóvenes auto-organizados tumbó el régimen
policial de Ben Alí.
El islamismo reaccionario intenta destruir este despertar
político que persiste en Túnez, luego de la victoria electoral de una variante
moderada del islamismo neoliberal (Nahda). Esa corriente gobierna Turquía y
gestionó Egipto durante el breve mandato de Morsi. Rechaza el terror, pero
promueve una islamización incompatible con los anhelos democráticos de la
población [6].
Eclipse palestino y auge fundamentalista
La gravitación de los yihadistas es paralela a la tragedia
de los palestinos, que sufren la consolidación de la expansión colonial
israelí. El gobierno sionista bombardeó varias localidades de Siria pero se ha
manejado con cautela. Mantiene un status quo con su detestado vecino en la
frontera del Golán, para taponar Gaza y extender la ocupación de Cisjordania.
Israel quiere fortalecer su predominio, sin afrontar una caótica “libanización”
de Siria. Está muy interesado en eliminar las armas químicas -que su
contrincante acumuló para contrapesar el poder atómico israelí- y que ahora
manejan los dos bandos de la guerra civil.
La estabilidad con Siria ha sido un ingrediente clave para
impedir el surgimiento de un estado palestino en los últimos 20 años. Israel
aprovecha los tratados con Egipto y Jordania (y la cobertura brindada por los
convenios de Oslo) para reforzar su extensión territorial. Como no puede
expulsar abiertamente a los palestinos, ni proceder a su limpieza étnica,
proclama su vocación de negociar mientras multiplica las colonias.
Las áreas palestinas de Cisjordania se reducen diariamente.
Fueron recortadas por un serpenteo de muros, perdieron las fuentes de agua y
están sometidas a un hostigamiento militar que empuja a la emigración. Esta
“des-arabización” ya se ha consumado en los alrededores de Jerusalén, mientras
Gaza ha quedado convertida en un gueto de miseria y olvido [7].
La guerra civil en Siria permite legitimar esta silenciosa
desposesión. Israel afianza entre su población la presentación de los árabes
como “gente incivilizada”, que debe ser “tratada por la fuerza”. Este terrible
mensaje contribuye a contrapesar el descontento social que el año pasado
pusieron de relieve las marchas de 400.000 indignados [8].
Los palestinos no sólo sufren torturas, encarcelamientos,
asesinatos selectivos y el probable envenenamiento de sus dirigentes (como
Arafat). También están acorralados por los gobiernos militares e islámicos que
sucedieron a Mubarak. El encierro de Gaza por los gendarmes egipcios es un
atroz efecto de su sometimiento financiero y militar a Estados Unidos.
Israel también actualiza sus conspiraciones dentro del
ámbito palestino. Incentivó primero a los islamistas contra OLP y promovió
posteriormente una autoridad fantasmal contra el Hamas. La guerra en Siria
induce a nuevas maniobras, puesto que Hamas abandonó su alianza tradicional con
ese país, aceptó financiación de Qatar y tomó partido a favor de la oposición.
En cambio Hezbolah apoya con acciones militares al régimen de Assad. La
pertenencia a la vertiente sunita y a la Hermandad Musulmana en el primer caso,
y la adscripción al eje chiita junto de Irán el segundo, han sido determinantes
de estos alineamientos.
La expansión de los yihadistas en Medio Oriente está
eclipsando la causa palestina como prioridad común del mundo árabe. Frente a
una oleada confesional ha perdido centralidad el gran estandarte anticolonial
de las últimas décadas. Este giro ilustra las dificultades que afrontan en la
región los proyectos progresistas.
Mutaciones regresivas en Siria
El gobierno sirio reaccionó en forma brutal frente a los
reclamos de su población. Estas demandas tienen la misma legitimidad que las
exigencias del pueblo egipcio o tunecino. Son los mismos derechos enarbolados
contra tiranos prohijados por Estados Unidos o enemistados con la primera
potencia.
En Siria no se logró el triunfo alcanzado en los dos países
que iniciaron la primavera. La represión fue más sangrienta. Incluyó disparos a
mansalva, bombardeos de aldeas y asesinatos de familias. Los 100.000 muertos y
millones de refugiados ilustran, además, el perfil intercomunitario que asumió
el conflicto (aluitas, sunitas, chiitas, cristianos).
No es la primera vez que el país sufre este tipo de
tragedias. En 1982 se perpetró una masacre contra las protestas en la región de
Homs. Esos desangres también se registraron en el Líbano. Son represalias en
gran escala que aparecen cuando los choques políticos-sociales se entremezclan
con tensiones étnico-religiosas. Estos desgarramientos forman parte de la
historia regional desde que Turquía masacró a los armenios a principio del
siglo XX.
La conversión de una lucha democrática en una guerra
sectaria -con sectores laicos dispersados a ambos lados de la trinchera- ha
distorsionado el sentido inicial de la sublevación. También acentuó la
dependencia de cada contrincante de su proveedor bélico externo. Esta
injerencia obedece a intereses geopolíticos totalmente ajenos a las exigencias
populares [9].
El régimen actual de Assad no guarda el menor parentesco con
el viejo partido del Baath, que confrontó con el poder religioso para forjar un
estado nacional aglutinante de todas las comunidades. Ese propósito se
desvaneció con la degeneración dinástica, la corrupción de camarillas y el
enriquecimiento de una burguesía que impuso el giro neoliberal de las últimas
décadas [10].
Esta involución se asemeja a lo ocurrido con el régimen de
Sadam Hussein. Compartieron originalmente el mismo tipo de partido político y
desembocaron en la misma criminalidad de estado.
La comparación podría extenderse también a Gadafi, que
debutó con proyectos de reformas sociales y concluyó comandando un gobierno de
clanes mafiosos. Se arrepintió de su pasado panarabista, persiguió militantes,
detuvo inmigrantes africanos y hostilizó a los palestinos. También buscó
congraciarse con Occidente para asegurar los negocios de las compañías
petroleras.
Pero el mayor antecedente de masacres perpetrado por un
régimen de origen antiimperialista se localiza en Argelia durante la década
pasada. Ese sistema político destruyó un legado de historia anticolonial sin
parangón en el mundo árabe, a partir de un triunfo del FLN comparable a las
victorias revolucionarias de China y Vietnam.
La prolongada gestión de clanes militares que usufructuaron
del poder para su propio beneficio demolió esa herencia. Cuando en la década
pasada fueron sorpresivamente derrotados en las elecciones por los islamistas
del FIS, desconocieron los comicios y desataron una guerra con infernales
masacres en ambos bandos [11].
La conducta del régimen sirio no constituye, por lo tanto,
una particularidad de ese país. Repite la trayectoria seguida por procesos que
tuvieron un origen semejante y registraron involuciones del mismo tipo.
Destrucciones combinadas, reorganización imperial
La población siria ha quedado entrampada en una
confrontación entre un régimen represivo y una oposición plagada de yihadistas
y solventada por Estados Unidos y los emiratos. Esta combinación de actores
reaccionarios multiplica la tragedia, anulando los impulsos de lucha por la
democracia y las mejoras sociales.
Lo ocurrido en el Líbano y Argelia brinda una pauta de esta
perspectiva. Al cabo de muchos de años de confrontaciones entre bandos
regresivos, la población quedó agotada y sin disposición para participar en la primavera.
Irak ofrece otro categórico retrato de esta combinación de
sucesiones destructivas. La primera demolición del país fue realizada por Sadam
con matanzas de kurdos y aventuras externas contra Irán instigadas por Estados
Unidos. La segunda devastación fue consumada por Bush, que legó un dantesco
escenario de aniquilamiento social. Nadie sabe el número de víctimas, pero
algunas estimaciones indican 600.000 muertos, cuatro millones desplazados y dos
millones exiliados.
La tercera destrucción está en curso a través de una guerra
sectario-confesional que genera decenas de muertos diarios. Chiitas y sunitas
dirimen supremacía en un laberinto de disputas clientelares, que se procesa con
voladuras de edificios y diseminación de coches-bomba [12].
Si en Siria prevalece cualquiera de estas variantes del
desangre reaccionario, el país perderá su rol geopolítico internacional y
ningún contrincante propiciará el mantenimiento del estado nacional unificado.
En ese caso se afianzará la misma fractura en tres partes que se observa en
Irak. Estas divisiones en micro-estados confesionales resucitarían la cirugía
colonial que padeció de Siria, cuando su territorio fue repartido entre Francia
e Inglaterra [13].
El colapso de países bajo el doble efecto de agresiones
imperialistas e invasiones fundamentalistas es una tendencia que también salió
a flote recientemente en Mali. Varias columnas yihdistas llegadas desde Libia
derrotaron al ejército local e intentaron capturar todo el territorio. Francia
reactivó sus reflejos coloniales y despachó tropas para auxiliar a los
asediados gendarmes. Frenó a veteranos brigadistas de Afganistán y Argelia,
pero no ha ganado la partida.
Todos esperan el próximo round en una región africana
plagada de hambrunas y con cuantiosas riquezas minerales. Francia controla el
uranio que utiliza para abastecer su sistema energético, pero hay un gran botín
en disputa [14].
Algunos analistas estiman que en este escenario las grandes
potencias pierden peso, frente a nuevos jugadores económicos y actores
multipolares. El retroceso de Estados Unidos es visto como el principal
resultado de este cambio. Pero habrá que ver cuán prologando será el repliegue
de la única potencia con capacidad militar para ordenar el funcionamiento del
capitalismo global.
Estados Unidos fracasó en su intento colonial de apoderarse
del petróleo iraquí. Pero dejó una sociedad descalabrada y sin recursos para
gestionar ese recurso. El país ha perdido autonomía en todos los terrenos.
El sheriff del planeta aprovecha la coyuntura actual para
reorganizar su intervención militar. Busca reemplazar la acción de los marines
por la utilización de drones y misiles. Jerarquiza otras regiones (Asia, el
Pacífico), privatiza la acción bélica, incrementa el espionaje y privilegia las
operaciones encubiertas [15].
Mediante este reajuste Washington reordena su guerra
perpetua contra el mundo árabe. Tiene recortados sus márgenes de intervención,
pero no sufrió una derrota comparable a Vietnam. No es lo mismo retroceder
frente a una revolución socialista, que replegarse ante los escenarios caóticos
y sin horizontes progresistas que se observan en Irak [16].
La centralidad de Egipto
Afortunadamente el mundo árabe no sólo genera noticias
sombrías. La primavera recobra vitalidad en países como Egipto, que pueden
definir la tónica general. El epicentro inicial de las rebeliones democráticas
mantiene una incidencia decisiva sobre el resto de la región. La gravitación de
la clase obrera puede aportar, además, otro perfil social a esa batalla.
En Egipto se registró el principal triunfo de la primavera
con la movilización que enterró al tirano Mubarak. El ejército asumió
inmediatamente el gobierno para preservar los intereses de las clases
dominantes. Actúa como un emporio económico estrechamente asociado al
Pentágono, pero mantiene el prestigio logrado durante las guerras contra
Israel.
Ese protagonismo político le permitió a las fuerzas armadas
expropiar la sublevación popular y embarcarse en maniobras gatopardistas, para
impedir cambios significativos en el régimen político. Después de muchas
vacilaciones convocaron a elecciones y aceptaron el triunfo de los Hermanos
Musulmanes.
Esa congregación emergió como la única fuerza política
organizada, a partir del extendido arraigo de sus redes de asistencia social.
El presidente Morsi intentó copiar el modelo turco de islamismo neoliberal,
manteniendo la impunidad represiva y el encarcelamiento de opositores. También
ratificó los acuerdos con el FMI y los pactos con Israel. Resistió cualquier
democratización del estado y preparó un borrador de Constitución repleto de
ingredientes totalitarios. Se prohibía incluso a la justicia contradecir
cualquier medida gubernamental.
Pero lo gota que rebalsó el vaso fue la islamización compulsiva
mediante leyes oscurantistas. Los sectores más extremos (salafistas)
emprendieron provocaciones sangrientas contra la minoría de los coptos. La
legitimidad del gobierno se esfumó en forma vertiginosa.
En la simbólica plaza Tahir se repitió el estallido de una
gran sublevación. El ejército desplazó a Morsi y prometió una nueva transición
para atemperar la belicosidad popular. Nuevamente confiscó un gran movimiento
de masas para evitar el colapso del estado. Derrocó a un gobierno surgido del
sufragio mediante un golpe, disfrazando el perfil clásico de la asonada
reaccionaria. Repitieron el libreto de la intervención anterior bajo la presión
de un inmenso clamor democrático. Los militares tomaron el gobierno para
impedir la concreción de las demandas democráticas desde abajo.
Pero esta vez fueron más allá y descargaron una feroz
represión contra los Hermanos Musulmanes. Dispararon contra manifestantes
desarmados y asesinaron a 1000 personas. El freno de la islamización forzosa
-que exigía un vasto conglomerado de progresistas y laicos- quedó totalmente
ensombrecido por esta abominable masacre [17].
Lo ocurrido brindó un nuevo ejemplo del comportamiento
reaccionario que tienen los gendarmes enfrentados con el islamismo. En Egipto
abrieron el camino para repetir el desangre consumado en Argelia y Siria. Pero
hasta ahora gozan de una gran protección diplomática internacional. Como todas
las potencias necesitan la estabilidad de Egipto, Estados Unidos hizo la vista
gorda, Europa y Rusia se mantuvieron en silencio y Arabia Saudita, Qatar e
Israel aprobaron enfáticamente al ejército.
Sólo Turquía levantó la voz y no sólo por el debilitamiento
de su proyecto poder regional junto a los Hermanos Musulmanes. El mismo
movimiento democrático que congregó a millones de manifestantes en El Cairo
irrumpió en Estambul.
La sorpresa en Turquía
La reacción contra la islamización convirtió en mayo pasado
a la Plaza Taksim, en un espejo de la Plaza Tahir. Una marea de manifestantes
ocupó ese lugar durante semanas para rechazar las restricciones religiosas. La
movilización estuvo precedida por luchas contra la brutalidad usual de la
policía. Contingentes de trabajadores precarizados confluyeron con los jóvenes
de clase media opuestos a las prohibiciones confesionales.
A diferencia de Egipto los recortes al laicismo no fueron
una improvisación de líderes recién llegados al gobierno. Desde hace once años
Turquía padece una administración islámica conservadora. Asumieron con promesas
de renovar el viejo estatismo nacionalista, desprestigiado por décadas de
autoritarismo y corrupción (Kemalismo). Pero implementaron un viraje neoliberal
que acrecentó la desigualdad social.
La gran movilización modificó la realidad de un país
agobiado por agresiones sociales y retrocesos democráticos. El contagio de
Egipto ilustró cómo se transmiten los anhelos populares en un espacio del
Mediterráneo que desborda al mundo árabe.
En Turquía no se lograron las victorias obtenidas en Egipto
o Túnez, pero el gobierno de Erdogan quedó muy debilitado. Ya no puede
presentarse como un ganador de la primavera, ni continuar con tanta
displicencia sus peregrinajes para disputar hegemonía regional con Arabia
Saudita y las monarquías del Golfo.
La clase dominante turca tantea sus posibilidades
sub-imperiales. Ha lucrado con el alto crecimiento de los últimos veinte años y
ya forjó fuertes lazos con la Unión Europea y las economías árabes. Pero la
inesperada irrupción popular amenaza sus proyectos. Turquía es parte de las
revueltas y no un modelo para superarlas. El usurpador potencial de las
protestas ha quedado contagiado por la oleada que pensaba desactivar [18].
El gobierno afronta un efecto adicional más severo de esta
convulsión. La confluencia de guerras circundantes y demandas democráticas ha
potenciado las posibilidades de independencia de los kurdos. Los derechos
nacionales de esta comunidad son negados por todos los países de la región.
Pero los kurdos han logrado establecer una región autónoma en Irak y están
consumando esta misma construcción en Siria. Allí batallan en forma simultánea
contra los gendarmes de Assad y los batallones yihadistas.
El paso siguiente sería la extensión de esa conquista a
zonas kurdas de Turquía. Al cabo de treinta años de heroicas luchas están
forzando una negociación con el gobierno. Esas tratativas son favorecidas por
la conmoción que sacude a la región [19].
Las respuestas democráticas contra la islamización forzosa
se perfilan en varios países como un camino de prolongación de la primavera. El
otro sendero es la resistencia a los crímenes del yihadismo. Túnez ocupa un
lugar central en esa batalla. La manifestación de repudio al asesinato del
líder de la izquierda congregó un millón de personas y rompió todas las
restricciones a la presencia de mujeres. En medio de una huelga general dio
lugar a la movilización más imponente de la historia de ese país [20].
Comparaciones con América Latina
Cualquier acontecimiento político-social en un lugar del
mundo árabe tiene un rápido impacto sobre otra localidad. Así ocurrió con la
primavera y con la ofensiva posterior para sepultarla. Estos efectos confirman
la existencia de un universo común, resultante de condiciones históricas
similares. Como en América Latina sucede lo mismo, ciertas comparaciones son
pertinentes.
Medio Oriente ha padecido el demoledor impacto del
neoliberalismo. Las presiones por privatizar, abrir los mercados, reducir el
gasto social y eliminar subsidios a los alimentos masificaron el desempleo y la
precarización del trabajo. Como en Latinoamérica millones de jóvenes fueron
empujados al desamparo. No pueden subsistir en sus países y tienen vedada la
emigración a Europa, en un marco de elevada presión demográfica. Estos
desposeídos encendieron la mecha de la primavera, cuando un vendedor tunecino se
inmoló para protestar contra las prohibiciones a la venta callejera [21].
Las demandas democráticas contra los regímenes
semi-dictatoriales han sido el elemento unificador de las movilizaciones. Como
en América Latina la exigencia de nuevas Constituciones irrumpe en todas
partes.
Estados Unidos le asigna al Medio Oriente una importancia
estratégica semejante al sur del hemisferio americano. Depreda el petróleo y
los recursos naturales de ambas regiones con la misma impunidad. Las dos zonas
han padecido históricamente un trato colonial de patio trasero. El canal de
Suez estuvo sometido a un control imperial similar al canal de Panamá. Las
bases militares del Pentágono en Arabia Saudita cumplen la misma función que
las instalaciones en Colombia y las amenazas de bombardeo a Irán son semejantes
al chantaje que soporta Venezuela.
Por estas razones en Medio Oriente predomina la misma
hostilidad popular hacia el imperialismo que se observa en América Latina.
Algunas comparaciones que se establecieron inicialmente entre la primavera y
las revoluciones de terciopelo en Europa Oriental omitieron este dato. Aunque
la clase media liberal comparte los valores norteamericanos, la sublevación
árabe no irrumpió para copiar a Occidente. Estuvo motivada por el rechazo a las
tiranías que amparó el imperio.
Estados Unidos conoce esa animadversión. Celebró la caída
del muro de Berlín, pero no el derrumbe de sus títeres de Egipto o Túnez. Ha
vivido el desplome de Mubarak con el mismo pesar que el destronamiento del Shá
de Irán.
Pero los procesos políticos de América Latina han seguido un
rumbo muy diferente. La región no sufrió destrucciones bélicas, ni desangres
internos. Las tragedias de Irak, Argelia o Siria son vistas como
acontecimientos lejanos.
Esta diferencia obedece a muchas razones, pero un aspecto
central ha sido el dispar destino de las tradiciones nacionalistas,
progresistas y de izquierda, que se reconstituyeron en Latinoamérica y
declinaron en los países árabes. La expectativa de una recuperación de ese
legado bajo el impulso de la primavera no se verificado. Al contrario, las
organizaciones político-religiosas conservadoras han consolidado su predominio,
en desmedro del laicismo antiimperialista [22].
En América Latina la derecha actúa a través de los medios de
comunicación, los partidos y el dinero. La iglesia católica ha perdido fieles y
compite con una multitud de sectas evangélicas. No existe ninguna fuerza
regresiva a escala regional comparable con el enraizamiento logrado por la
Hermandad Musulmana [23].
Esta disparidad de caminos se expresa en la pujanza de los
ideales de unidad latinoamericana, en contraste con el retroceso que afronta el
panarabismo. Esta meta quedó inicialmente golpeada por el fracasado ensayo de
una República Árabe Unida (1957-61), por las derrotas de Palestina frente a
Israel y por la decadencia del Baath. La guerra actual en Siria refuerza esta
regresión. Existen algunos síntomas de resurgimiento del nasserismo, pero
todavía no indican una tendencia y están muy lejos de cualquier proceso
latinoamericano conectado al ALBA.
Ciertamente las experiencias nacionalistas de la segunda
mitad del siglo XX legaron más frustraciones que realizaciones en América
Latina. Pero en ningún país se registró la degradación que tuvieron los
regímenes de Argelia, Irak, Libia o Siria.
Esta diferencia se extiende también a la presencia de la
izquierda, que en América Latina logró permanencia a través la revolución
cubana. Esta continuidad ha sido retomada por Bolivia y Venezuela. La izquierda
árabe protagonizó experiencias de gobierno (Yemen) y alcanzó arraigo (Irak,
Siria), pero sufrió traumáticas derrotas y no pudo conservar su influencia.
En última instancia las diferencias entre ambas regiones
obedecen a condicionamientos históricos muy dispares. La secularización que
conquistó América Latina con las revoluciones de la Independencia del siglo
XIX, nunca fue lograda por el mundo árabe.
Ese proceso permitió forjar estados nacionales con rasgos
modernos de laicismo y relativa separación de la iglesia y el estado. Las
revoluciones burguesas fueron incompletas pero facilitaron una tradición
democrática, que se proyectó a las luchas sociales y a los movimientos
populares de la última centuria. Por el contrario en los países árabes
subsistió la tutela teocrática y los privilegios religiosos-educativos de los
clérigos del Islam. Esta carga torna más compleja la batalla de los movimientos
progresistas [24].
Una respuesta desde la izquierda
Los debates en la izquierda han sido muy dispares desde el
comienzo de la primavera. Las posturas actuales en torno a Siria reproducen lo
ya discutido frente a Libia. No es sencillo tomar posición frente a situaciones
alejadas de un campo progresista visible.
En Medio Oriente proliferan los grises y existen formaciones
de derecha e izquierda en los bandos en pugna. También abundan las paradojas y
las coincidencias de opuestos. Los nazis de Europa apoyan a Assad porque son
islamofóbicos y varios partidos comunistas lo sostienen, como un dique de
contención de los Estados Unidos.
Pero frente a la inminencia de un bombardeo hubo total
unanimidad en el rechazo a la intervención imperialista. Todas las corrientes
subrayaron que el pueblo sirio debe adoptar sus propias decisiones sin ninguna
interferencia externa. Si Estados Unidos bombardea las consecuencias serán más
adversas para la población. No hay que repetir lo ocurrido con Noriega en
Panamá o con Sadam en Irak. Son los ciudadanos de cada país y no los marines,
quiénes deben juzgar a los tiranos.
Las caracterizaciones acertadas de la situación siria
subrayan que hubo un legítimo levantamiento democrático, reprimido por el
gobierno y copado por los agentes de Estados Unidos y las milicias yihadistas.
Esa usurpación acentuó las tensiones intercomunitarias y desembocó en una
guerra civil sin resultados progresistas a la vista. En estas condiciones el
triunfo de uno u otro, no abriría horizontes de independencia nacional,
democratización o mejoras sociales.
Libia ofrece un antecedente cercano de esta misma encerrona.
Una rebelión inspirada en demandas democráticas fue dominada por clanes
serviles del imperialismo y las empresas petroleras. Gadafi no cayó como
Mubarak o Ben Ali por el descontento popular. Fue tumbado mediante una
operación militar controlada por la OTAN [25].
Una forma de evitar la repetición de ese desenlace o su
opuesto (masacres de la oposición como en Argelia) sería el fin de las
hostilidades, gestado a partir de tratativas concretadas por los sectores
progresistas. Es la propuesta promovida por algunas personalidades y
movimientos sociales embarcados en la campaña por la “Paz con Justicia”.
Trabajan con sectores de ambos campos para alcanzar un alto el fuego y la
apertura de negociaciones. Denuncian la intervención del imperialismo y el
peligro de un desmantelamiento colonial de Siria [26].
Esta iniciativa es totalmente ajena a las negociaciones que
desarrollan Obama y Putin y a las propuestas de la Liga Árabe o los gobiernos
europeos. La paz debe discutirse por abajo, retomando las demandas democráticas
que originaron la crisis actual y reconociendo los reclamos nacionales kurdos.
Una propuesta de ese tipo fue impulsada por dirigentes
latinoamericanos del ALBA durante guerra en Libia. Denunciaron el cerco
imperial, la zona de exclusión de la OTAN y la acción del espionaje
norteamericano. Promovieron una mediación entre ambas partes, que hubiera sido
más progresiva que el derrocamiento de Gadafi por los agentes del Pentágono.
Frente a Siria estas propuestas han sido acompañadas en
ciertos casos por categóricas actitudes de apoyo al gobierno de Assad.
Especialmente el gobierno de Venezuela realiza visitas de solidaridad y
explicita ese sostén. Esta actitud se explica por la percepción de una amenaza
imperial semejante.
Existen abrumadoras pruebas de las conspiraciones que
impulsan la CIA y el Departamento de Estado, para repetir en Sudamérica las
agresiones de Medio Oriente. Frente a este peligro los gobiernos del ALBA
construyen alianzas internacionales con los adversarios de Estados Unidos
(Rusia, China, Irán), para asegurarse protección defensiva.
Esta estrategia es totalmente comprensible y legitima, pero
no obliga a ningún elogio de Assad. Existen numerosos antecedentes de alianzas
militares y convergencias diplomáticas, que eluden opiniones sobre los
gobiernos involucrados en los acuerdos. Esta omisión sería particularmente
pertinente, frente a un régimen que acumula tantas acusaciones.
Los movimientos sociales, las organizaciones populares y los
intelectuales de izquierda no cargan con las obligaciones que afrontan los
funcionarios de cualquier estado. Tienen la posibilidad de exponer abiertamente
su opinión sobre Siria. Decir la verdad es indispensable para actuar como
militantes solidarios con los sufrimientos de cualquier pueblo.
Pero esta responsabilidad debería extenderse también a
muchos críticos de Evo, Maduro y Fidel, que exigen pronunciamientos reñidos con
las necesidades de defensa que afrontan los procesos revolucionarios o radicales.
Olvidan que no es lo mismo escribir un manifiesto que confrontar diariamente
con alguna amenaza del Pentágono. Si la revolución cubana ha logrado resistir
durante 50 años y Venezuela o Bolivia evitaron la sangría que padece Medio
Oriente, es porque alguien supo actuar con la inteligencia que no demuestran
los objetores.
Dos posturas erróneas
Algunas corrientes de izquierda estiman que el levantamiento
democrático inicial en Siria se ha profundizado y radicalizado, hasta
convertirse en una revolución popular que tiende a tumbar al régimen. Asignan
un carácter progresista a la dirección de este movimiento, desestiman la
influencia norteamericana y consideran que los yihadistas cumplen un rol
secundario.
Partiendo de esta caracterización promueven la victoria de
la oposición, desechan las convocatorias al diálogo, reclaman el reconocimiento
internacional de los rebeldes como fuerza beligerante y exigen la entrega de
armas a este sector [27].
Pero esta postura es contradictoria con el rechazo de un
bombardeo norteamericano que debilitaría al enemigo a vencer. El Pentágono es
el gran proveedor de las armas pesadas que se solicitan y el Departamento de
Estado es el principal interlocutor, para jerarquizar la relevancia
internacional de la oposición. Varios sectores del establishment estadounidense
toman en cuenta ese rol para motorizar una política más activa contra Assad.
Se podría alegar que esta coincidencia con el imperialismo
tiende precedentes históricos en movimientos populares, que concertaron
compromisos con las potencias para sostener sus luchas nacionales. Los
irlandeses del IRA aceptaban armas del Kaiser y los maquis franceses recibían
pertrechos de los norteamericanos. ¿Pero la derrota de Assad equivaldría al
desmoronamiento de Hitler? ¿Los marines y los yihadistas se asemejan a las
resistencias europeas en las guerras mundiales?
Es más sensato comparar al grueso de las milicias de la
oposición siria con los kosovares de Europa Oriental, que se transformaron en
agentes OTAN o con los afganos que devinieron en talibanes. La escalada bélica
aumentó la subordinación de esos sectores a sus sponsors imperiales. Hay muchas
discusiones sobre la gravitación de los yihadistas, pero actúan como fascistas
y nunca podrían integrar un campo progresista.
El antecedente libio es muy esclarecedor, puesto que allí se
extinguió la progresividad de los opositores cuando se situaron bajo la egida
de OTAN. Visto retrospectivamente es evidente la distorsionada idealización que
hicieron algunas vertientes de la izquierda de los denominados “rebeldes”. No
sólo fue erróneo reclamar armas para un sector que ya recibía un arsenal desde
Qatar, Arabia Saudita y Estados Unidos, sino también aprobar la “zona de
exclusión” que establecieron las potencias occidentales sobre el espacio aéreo
de ese país [28].
La victoria de la oposición no fue un “triunfo popular”. Una
coalición de fuerzas reaccionarias ganó la partida y reforzó la gravitación del
imperialismo en la zona. Este balance es evidente para cualquier observador. No
lo pueden registrar quiénes adoptan una actitud de celebración ingenua de
cualquier revuelta. Suelen omitir quién sostiene los levantamientos y cuáles
son los propósitos e intereses de su dirección [29].
La postura opuesta considera que la guerra en Siria es un
resultado unívoco de conspiraciones imperiales perpetradas a través de
mercenarios, para socavar a un gobierno tolerante, laico y embarcado en la
continuidad del proyecto panárabe [30].
Otras variantes más atenuadas de esta visión silencian el
problema. Suelen denunciar la intervención del imperialismo, evitando cualquier
mención de Assad, como si se librara una batalla abstracta sin protagonistas de
carne y hueso.
Estas miradas cierran los ojos ante el horror creado por las
masacres de familias indefensas. Al omitir la existencia de estos hechos o
atribuirlos a infiltrados externos se reproduce un viejo vicio de negación. Esa
actitud condujo durante décadas a ignorar los crímenes de Stalin y propinó un terrible
daño a la causa del socialismo.
No tiene sentido edulcorar la imagen de Assad con
fantasiosos supuestos de progresismo. Encabeza un régimen opresivo que enterró
todos los vestigios del nacionalismo antiimperialista. La demonización
norteamericana no debe conducir a reivindicar lo indefendible.
Con esta misma actitud algunos autores presentaron a Gadafi
como un coronel patriótico, que antes de su asesinato preparaba la
radicalización revolucionaria de su régimen [31]. Esta imagen invierte la
realidad. El coronel transitaba por un carril opuesto de compromisos con las
empresas petroleras occidentales, para reforzar políticas neoliberales al
servicio de los clanes privilegiados.
La defensa de Asad como reacción a la barbarie que despliega
el imperialismo constituye una inadmisible simplificación. Una gran variedad de
criminales pululan por la escena contemporánea. Los maxi-genocidas del
Pentágono coexisten con los mini-genocidas del mundo árabe.
La reducción de complejos procesos políticos a una simple
oposición entre dos campos impide entender lo que está ocurriendo. El ultimátum
de “estar con uno u otro” termina generado el desprestigio de la izquierda. Es
la mirada binaria que condujo a aceptar la invasión rusa a Checoslovaquia o la
represión de Tian An Men. La acción criminal de los talibanes enfrentados con
Washington demuestra que algunos adversarios coyunturales de Estados Unidos no
son mejores que el imperio.
La izquierda no debe callar. Cuando se resigna a la “
Realpolítik” olvida su compromiso con la defensa del derecho básico a la vida.
Con esa renuncia empieza la sutil adaptación a lo que siempre ha combatido.
Principios, tácticas y posibilidades
En Medio Oriente las fuerzas reaccionarias están ubicadas en
varios bandos. Actúan con el imperialismo, con ejércitos represivos y con
islamistas conservadores. En ciertas oportunidades predomina la asociación
entre estas vertientes y en otros casos el conflicto. No hay someterse al
chantaje de optar por alguno de ellos.
Este problema apareció recientemente en Egipto, cuando los
militares se hicieron eco de una demanda democrática y masacraron
posteriormente a los islamistas. No es admisible que la izquierda se ubique en
uno u otro bando. Es tan desacertado defender a un impugnado en las calles,
como avalar los asesinatos de los Hermanos Musulmanes. Este problema ha
generado una fuerte discusión en ese país [32].
Otra falsa opción se planteó en Mali frente a la
intervención francesa. Algunas justificaciones del operativo alertaron contra
los yihadistas y resaltaron la conveniencia de un contrapeso geopolítico a la
presencia norteamericana.
Pero también aquí rige el principio de respetar el derecho
de cada pueblo a resolver sus conflictos sin injerencia externa. Los yihadistas
y franceses son agresores y no artífices de un mal menor. El secesionismo y las
ambiciones imperiales son igualmente nefastos y la izquierda no tiene por que
resignarse a elegir entre opciones regresivas [33].
Ciertamente no alcanzan los enunciados generales y en cada
circunstancia se plantean formulaciones tácticas que priorizan uno u otro
peligro. Frente al inminente bombardeo norteamericano a Siria tiene evidente
primacía la denuncia de esa intervención. En ese momento la crítica al régimen
de Assad debe quedar inscripta en la batalla central contra el imperialismo.
Conviene recordar que cuando el criminal Hitler invadió la
URSS gobernada por el criminal Stalin, la izquierda se colocó en el campo
soviético, sabiendo que la derrota del nazismo era indispensable para cualquier
proyecto democrático. Lo mismo vale para el ataque de Thatcher contra Malvinas
bajo la dictadura de Galtieri o la invasión norteamericana a Irak bajo la
tiranía de Sadam. Las abstracciones neutralistas son particularmente inconvenientes
en estos casos.
Los tres principios que guían a la izquierda -rechazo de las
intervenciones imperialistas, oposición a los dictadores y solidaridad con los
pueblos sublevados- adoptan formas muy diversas en cada circunstancia.
Estos debates seguramente continuarán, puesto que el mundo
árabe atraviesa una conmoción sin precedentes. Todos los mitos sobre la
pasividad de ciertos pueblos han quedado desmentidos por los acontecimientos de
Medio Oriente.
Se obtuvieron grandes victorias en Egipto y Túnez, pero el
desenlace de Libia marcó un giro hacia la contraofensiva derechista. Esta
arremetida se ha extendido a Siria y la reacción ensaya varios caminos para
sepultar los anhelos populares. Pero El Cairo y Estambul han demostrado que la
batalla continúa.
Medio Oriente afronta un contradictorio escenario de luchas
y tragedias. La primavera ha devenido en un duro otoño y puede desembocar en un
invierno imperial o talibán. Pero el resultado permanece abierto y en muchos
lugares se avizoran despuntes de un verano democrático. Hay esperanzas y
posibilidades de alcanzar esa estación.
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Notas
[1] Economista, Investigador, Profesor. Miembro del EDI
(Economistas de Izquierda). Su página web es www.lahaine.org/katz
[2] Luttwak Edward, “In Syria, America Loses if Either Side
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soñada”, www.cuartopoder.es, 31/8/2013.
[3] Almeyra Guillermo, “Antes que sea tarde”,
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[4] Ver: Achcar Gilbert, “Toda la región está en ebullición”
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“A un año del inicio de la revuelta. Todo es posible salvo la revolución”,
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[5] Ver: Rousset Pierre, “Le Pakistán, théatre de guerres”,
Inprecor 573-574, mai-juin 2013. Caillet Roman, “Relativizar la importancia del
fenómeno yihadista”, www.abacq.org , 20-11-2013.
[6] Ver: Zoghlami Jalel Ben Brik, “Les mobilisation peuvent
affablir ou meme remettre en cause le gouvernement”, Inprecor 590, fevrier
2013. Alba Rico Santiago, “Túnez: territorio yihadista”,
www.aporrea.org/internacionales, 26/05/201.
[7] Ver: Pappé Ian, “La solución de dos estados murió hace
una década”, ariaenpalestina.wordpress.com,15/9/13. Salinguer Julién, “Análisis
de la situación”, A L´Encontre, 16-11-2012. Nuestra visión en: Katz Claudio,
“Argumentos pela palestina”, Revista Outubro, n 15, junio 2007, Sao Paulo.
[8] Assaf Adiv, “ Israel mondialise”, Warschawski Michel,
“Faire Le lien”, Inprecor juillet, aout-septembre 2011.
[9] -Saadi Elias, “Elementos de análisis”, Socialismo o
Barbarie, 07/09/2013 www.sobhonduras.org/index.php.
[10] -Naisse Ghayath, “Une revolution en marche” Inprecor
juillet, aout-septembre 2011.
[11] Almeyra Guillermo, “ El Ben Bella revolucionario que
conocí” www.jornada.unam.mx/ 15/04/2012.
[12] Naba René, “ Diez años después de Irak” ,
www.vanguardiaps.com.ar , 11/09/2013.
[13] García Gascón Eugenio, “Siria camino a la partición”,
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[14] Ver: Ramonet Ignacio “¿Qué hace Francia en Mali?”,
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[15] Ver: Gelman Juan, “Robotizando la guerra”
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09/02/2012. Engelhardt Tom, “Washington, capital de la
guerra”, www.elpuercoespin.com.ar 30/07/2013.
[16] Nuestro enfoque general en: Katz Claudio, Bajo el
imperio del capital. Edición argentina , Luxemburg, diciembre de 2011.
[17] Amin Samir “Egipt to day: the challenges for the
democratic popular moviment”, 24-8-2013.
samiramin 1931.blogspot.com. Fuentes Pedro, “Triunfo o
derrota de la primavera árabe”, www.redaccionpopular.com, 04/07/2013. Kahairy
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[18] Ver: Rodríguez Olga, “Turquía”, eldiario.es, 6-6-2013.
Kurkcigil Masis, “Apres la revolte”, Inprecor 595-596.
[19] Ver: Mohamed Hasan, “Entrevista” responsable de
relaciones exteriores de PYD luchainternacionalista.org 08/05/2013.
[20] Alba Rico, “Túnez funeral, resurrección, peligro”,
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[21] Ver: Petras James, “Las raíces de las revueltas árabes
y lo prematuro de sus celebraciones” www.rebelion.org, 06/03/2011.
[22] Ver: Tariq Ali, “Os movimentos dos jóvenes indignados”,
noviembre 2011 www.cubadebate.cu Noticias , 30/11/2011
[23] Ver: Guerrero Modesto, “La cruzada de un Papa feliz y
preventivo”, www.kaosenlared.net, 10/06/2013.
[24] Un análisis muy completo en: Amin Samir, El mundo
árabe: raíces y complejidades de la crisis, Ruth. La Habana, 2011.
[25] Matteuzzi Maurizzio, “La primavera murió en Libia”,
www.pagina12.com.ar , 22/10/2011
[26] Ver: Houtart Francois, “The Syrian conflicto: analysis
and reflections” www.iaen.edu.ec, 31/05/2013 . También Armanian Nazanin,
“Seis propuestas para la paz”, www.aporrea.org/ , 08/09/2013.
[27] Ver: Izquierda Socialista, “Repudiemos la intervención
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29/08/2013.
[28] Este balance en: Selfa Lance, “Revolution, US
intervention and the left”, socialistworker.org, 29/03/201
[29] Este problema en: Castillo José, “El pueblo libio está
terminando con la dictadura”, argentina.indymedia.org, 23/08/2011.
[30] Thierry Meyssant, www. voltaire
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Continuación de la guerra”, www.rebelion.org, 20/03/2012. Otoni Pedro,
“Doctrina Obama y la guerra en Siria” www.telesurtv.net 09/11/2012. Escobar
Pepe, “Por quién doblan las campanas. Siria resiste a Washington”,
www.voltairenet.org/ 01/01/2013
[31] Escusa Albert, “Libia y la transformación”,
ciutadansperlarepublica.blogspot.com, 29/03/2011.
[32] Ver: Cruz Alberto, “El suicidio de la izquierda árabe”
www.nodo50.org 15/08/2013
Alba Rico Santiago, “Todos en contra de la democracia” ,
www.aporrea.org/internacionales 09/09/2013.
[33] Ver debate entre; Amin Samir “Mali, Janvier 2013”
www.legrandsoir.info/ 09/02/2013, -Amin Samir “Repond sur le Mali”
www.m-pep.org 04/02/2013, Drweski Bruno, Page Jean Pierre, “Mali gauche
proguerre et recolonisation”, www.legrandsoir.info/ 09/02/2013 -Martial Paul,
“Sobre el apoyo de Samir Amin a la intervención francesa” www.kaosenlared.net/.
04/02/2013. También CADTM África condena la intervención Mali, cadtm .org/L
31/01/2013.
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