Immanuel Wallerstein
La Jornada
De la Biblia proviene la famosa historia de Sansón, quien es
un héroe. Hay muchas interpretaciones del significado del cuento, donde Sansón,
un israelita a quien Dios le otorgó fuerza, derriba el templo de los enemigos
filisteos (también muy fuertes), muriendo en el proceso. Yo le doy el sentido
de que un acto que parece irracional (Sansón muere en el proceso) es a la vez
heroico y bastante sensato, porque resulta el modo (tal vez el único) de que el
fuerte enemigo sea derrotado y su pueblo se salve.
Parece que en los días que corren tenemos muchos Sansones
putativos que bloquean o buscan bloquear lo que consideran arreglos peligrosos
con el enemigo. Benjamin Netanyahu, primer ministro israelí, está diciendo que
un mal acuerdo es peor que no tener ninguno. Se refiere a lo que mira como un
acuerdo Estados Unidos-Rusia en torno a Siria y el posible acuerdo Estados
Unidos-Irán. En Colombia, el anterior presidente conservador está despotricando
contra el actual mandatario conservador por estar negociando con la
organización guerrillera conocida como Fuerzas Armadas Revolucionarias de
Colombia (FARC), bajo los auspicios de Cuba y Brasil.
Y, por supuesto, tenemos las masivas no negociaciones que
ocurren en Estados Unidos, en las que los miembros del Partido del Té en el
Congreso estadunidense están utilizando su fuerza para vetar cualquier arreglo
con las fuerzas enemigas que, para ellos, están encabezadas por el presidente
Barack Obama y el Partido Demócrata, con la colusión de otros a quienes
consideran el enemigo interno –es decir, esos republicanos que llaman a algún
tipo de arreglo. No es difícil demostrar que todos estos Sansones están tirando
la casa no sólo sobre el enemigo, sino sobre ellos mismos. Para ellos, sin
embargo, aun cuando ello sea cierto, es un asunto de sincronía. Lo tienen que
hacer ahora, mientras tienen todavía la fuerza para hacerlo. De otro modo el
enemigo vencerá e institucionalizará o mantendrá los males que ellos ven que se
están cometiendo.
Esta clase de lucha ideológica, como se le llama,
impermeable al así llamado pragmatismo, no fue inventado en los últimos 10 o 20
años. Es tan antiguo como la socialización humana. Pero ahora asume una
característica especial, precisamente porque estamos en los espasmos agónicos
de la crisis estructural de nuestro sistema-mundo capitalista. En una crisis
estructural podemos esperar que habrá dos fenómenos masivos –una enorme
confusión intelectual y, como consecuencia, alocados vaivenes en los sentimientos,
que a su vez conducen a más locos vaivenes.
Conforme hay más y más grupos listos para tirar el templo,
aun cuando ellos mismos resulten aplastados, la gente más confundida e incierta
acerca de lo que hay que hacer es el llamado establishment. Ya se fueron los
días en que podían maniobrar cínicamente y salirse con la suya. Ya no es cierto
que “plus ça change, plus c’est la même chose (mientras más se cambie, más es
la misma cosa)”, es decir, que ningún cambio aparente es real, que son sólo
cortinas nuevas en las ventanas, meros cambios en el personal.
Así, ¿qué es lo que podemos hacer si buscamos un cambio
verdadero, un tipo diferente de sistema-mundo del que hemos vivido por lo menos
los pasados 500 años? Lo primero que deberíamos hacer es no quedar atrapados en
los debates y locos vaivenes entre los Sansones y los delestablishment. En
realidad no importa quién de ellos gane en el corto plazo.
La segunda cosa que deberíamos hacer es no gastar toda
nuestra energía lamentando el hecho de que aquellos que quieren un cambio
fundamental (algunas veces llamados la izquierda mundial) no parecen estar
unificados o claros en sus objetivos, o comprometidos en organizarse con
urgencia. El hecho es que ellos mismos están atrapados en la confusión, por lo
menos en este momento.
Que el templo se desquebraja es una realidad que va más allá
de nuestros esfuerzos por sostenerlo, aun si lo intentáramos. Pero no
necesitamos pararnos debajo de la avalancha de rocas. Tenemos que intentar
escapar de ésta. Debemos tener la seguridad de que los miembros más poderosos
del establishment están intentado hacer justo eso.
Pero, ¿cómo nos escapamos y con qué fin? De nuevo, insisto
en que es un sentido de la temporalidad: la diferencia entre el corto plazo
(tres años o me nos) y el mediano (los próximos 20 a 40 años).
En el corto plazo la gente de todas partes (99 por ciento)
está sufriendo. Debemos luchar por minimizar su dolor, batalla que puede asumir
múltiples formas. Puede ser presionar por legislaciones inmediatas o decisiones
ejecutivas de las dependencias del Estado que ayuden de inmediato a los
desposeídos o evitar los daños futuros al ambiente, o salvaguardar los derechos
de los pueblos indígenas o de las llamadas minorías sociales.
Pero en el mediano plazo debemos aclarar la naturaleza de
las estructuras que esperamos institucionalizar si conseguimos inclinar la
bifurcación en nuestro favor. Debemos intentar entender no sólo los objetivos
de mediano plazo de la derecha mundial, sino la naturaleza de sus profundas divisiones
internas. La llamada izquierda mundial está también profundamente dividida.
Debemos trabajar para remontar esto.
Nada es fácil en este tiempo de transición de un
sistema-mundo a otro. Pero todo es posible –posible pero lejos de ser una
certeza.
Traducción:Ramón Vera Herrera
© Immanuel Wallerstein
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