Remedios Sánchez
lalineadefuego.info
La persistencia y recrudecimiento de varios problemas
sociales, económicos, ambientales y culturales, evidencian que el planeta
atraviesa en la actualidad una crisis que amenaza no solo la estabilidad
política de varios países, sino que pone en tela de duda los supuestos sobre
los que se ha levantado la llamada modernidad. Obsesionados por vivir “mejor”,
en términos de tener cada vez más posesiones materiales y supuestos
satisfactores, los seres humanos no hemos tenido empacho en echar mano de todo
lo que nos rodea bajo la creencia de que la tecnología suplirá los daños que
provocamos al planeta y nos permitirá resarcir, posteriormente, la pérdida de
ecosistemas, biodiversidad y especies. Poco ha importado que en esta desenfrenada
voracidad por vivir mejor, grandes contingentes de seres humanos hayan quedado
relegados de la consecución de sus más elementales derechos, o que hayamos
olvidado que somos parte de un sistema mayor en el que cada uno de sus
componentes tiene una función que alimenta la trama de la vida. Menos
importancia hemos dado a la erosión y pérdida de culturas, de lenguas y saberes
milenarios, de los que con mayor humildad y una menor devoción a la “verdad” de
occidente, podríamos aprender –o haber aprendido- nuevas formas de
relacionarnos entre nosotros y con la naturaleza.
En esta lógica de crecimiento económico ilimitado, con un
gran simplismo confundimos los medios con los fines, y otorgamos al mercado y
al dinero un papel decisivo en la definición del rumbo por el que debería
transitar la humanidad (Leff 2006). No hemos concedido oídos a lo señalado un
siglo atrás por el economista húngaro Polanyi al advertir la falacia de
considerar como mercancías a la naturaleza y a la fuerza de trabajo (Alimonda2011).
Las astronómicas cifras económicas en términos de producción
interna bruta de los países, deuda externa, flujos financieros internacionales,
no han podido paliar un descontento social cada vez más amplio respecto a la
forma en cómo el mundo está organizado. Los problemas ambientales
contemporáneos como los impactos generados por el calentamiento global, el
debilitamiento de la capa de ozono, el achicamiento de la masa polar, las
crecientes dificultades en el acceso a agua y merma significativa de su calidad,
la pérdida de especies y bosques, erosión y pérdida de suelos, contaminación
atmosférica, constituyen motivos de alerta para pensar que la carrera por el
crecimiento económico continuo es claramente insostenible y que no podemos
mantener los mismos patrones de producción y consumo, menos aún reproducir la
forma de vida de las economías más ricas del planeta. Hay sobradas evidencias
para afirmar que el “perfil metabólico”[1](Fischer-Kowalski y Haberl 2000)- los
flujos de energía y materiales que utilizan estos países para satisfacer sus
estilos de vida-no alcanzan para todos y que es imperativo comenzar a tomar en
serio los límites finitos de la tierra, la escasez de recursos y las
restricciones en sus funciones de absorción de residuos y ritmo de reposición
natural de los recursos no renovables.
En medio de este panorama complejo, si algo positivo puede
desprenderse de la crisis contemporánea que atravesamos es el llamado de
atención a la necesidad de reubicar el centro de nuestras motivaciones y a considerar
que la complejidad de los problemas actuales demanda respuestas integrales,
innovadoras y contundentes, que den sentido a la vida, que doten nuevamente a
la naturaleza de su significado propio, independientemente de la economía, y
que identifiquen puntos de encuentro entre lo natural y lo social, la ecología
y la cultura, lo material y lo simbólico(Leff 2006). Entre los inmensos cambios
que debemos introducir, resulta ineludible el desafío de proponer una nueva
epistemología que interpele el discurso occidental homogenizante y aportar en
lo que hoy se denomina como “pensamiento de frontera”, “que cuestiona la
modernidad (…) y se interroga sobre caminos y lógicas alternativas”
(Alimonda2011: 26). Para decirlo en palabras de Escobar, “la habilidad de la
modernidad para proveer soluciones a los problemas modernos es cada vez más
estrecha, haciendo (…) factible una discusión sobre una transición más allá de
la modernidad” (2011: 83).
En este contexto, y recogiendo el conocimiento milenario de
los pueblos ancestrales, en los últimos años ha comenzado a configurarse un
nuevo paradigma que contradice la noción del progreso sin fin: la noción del
Buen Vivir, inspirada en el “Sumak Kawsay” o “Suma Qamaña” de los pueblos
indígenas de los andes ecuatorianos y del altiplano boliviano, respectivamente,
y que puede equiparse al "UtzK'aslemal" de los pueblos Mayas. Aunque
no existe una definición única y compartida del Buen Vivir (lo que desde otra
perspectiva también podría ser entendido como una poderosa potencialidad de
este concepto en ciernes), resulta interesante discutir algunos de sus
fundamentos sobre los que parecería identificarse cierto consenso alrededor de
su acepción y alcance.
La noción del Buen Vivir busca la consecución de un
equilibrio entre los seres humanos y la naturaleza. En este sentido, propone
romper con la visión antropocéntrica que ha colocado a la naturaleza al
servicio de los seres humanos y la ha convertido en su objeto de manipulación,
dominio y apropiación. Al llamar a modificar nuestra actitud frente a la
naturaleza, el Buen Vivir parte del principio de que todo forma parte de una
sola unidad y que la alteración de un elemento fractura la estabilidad del
flujo vital. Apela por tanto a recrear una forma de co-existencia con la naturaleza
que en lugar de asentarse sobre la explotación de los recursos hasta su
agotamiento, promueva su optimización para el bienestar colectivo.
Pero, lejos de ser una postura que únicamente aboga por las
causas ecológicas, el Buen Vivir reconoce la necesidad de garantizar una vida
plena para las comunidades humanas, desligada de la mercantilización a la que
inevitablemente nos ha conducido el capital y un proceso de acumulación sin fin
que ha desdibujado el sentido mismo de la existencia. De ahí que el Buen Vivir
ponga énfasis, en la reciprocidad como principio fundacional de la convivencia
humana y en la complementariedad según la que cada ámbito, sector o dimensión
de la realidad se corresponden de manera armoniosa con otro ámbito, sector o
dimensión del mundo. En la búsqueda de una vida plena, el Buen Vivir está
íntimamente ligado a la interculturalidad y a la plurinacionalidad y en esa
medida sugiere, por un lado, la necesidad de repensar nuevas formas de
organización social y política de la mano con un nuevo modelo económico y aboga
por otro lado, el encuentro entre saberes ancestrales, prácticas basadas en el
lugar –para usar el lenguaje propuesto por Arturo Escobar (2011)- y lo mejor
del pensamiento occidental y de los logros alcanzados en el mundo contemporáneo.
El Buen Vivir atraviesa la Constitución del Ecuador y consta
como un derecho en la Constitución de Bolivia gracias a la lucha de movimientos
sociales –principalmente de los pueblos indígenas- de ambos países y de una
correlación de fuerzas que facilitó, en su momento, canales de interlocución y
diálogo social. La construcción y concreción de sus postulados y principios
está sin embargo aún pendiente. No basta que la incorporación del Buen Vivir
conste en los más importantes cuerpos legales nacionales. Esta aparente
conquista puede ser al mismo tiempo su mayor debilidad debido a los riesgos de
institucionalizar su sentido.
La institucionalización del Buen Vivir y su consiguiente
tecnocratización podría coartar y desviar la dimensión contestataria al orden
establecido que está implícita en la génesis de esta noción pues con demasiada
frecuencia el tradicional concepto de desarrollo, ese ideal de progreso
(acumulación) incesante que promueve el capitalismo, es suplantado
indiscriminada y acríticamente por el Buen Vivir. En última instancia, al ser
cooptado por la institucionalización, el Buen Vivir es solo el ropaje bajo el
que, con un aparentemente nuevo léxico, continúa un modelo de crecimiento
económico fundamentalmente orientado a satisfacer la demanda externa, una
democracia de baja intensidad y un manejo centralizado del poder político. Esta
afirmación no es lamentablemente lejana al caso ecuatoriano en donde, antes que
cambios estructurales, procesos de redistribución serios y sostenidos y rupturas
profundas, bajo el régimen del Buen Vivir impulsado por el gobierno de la
Revolución Ciudadana, hay cada vez más cercanía con una política de desarrollo
basada en las denominadas ventajas competitivas –patrimonio natural- del que
dispone el país y con un estilo de gestión política poco propenso a la
participación y el diálogo.
Aunque podría argumentarse que en consideración del lapso
transcurrido desde la aprobación de la Constitución ecuatoriana vigente (2008)
a la actualidad es aún prematuro plantear una suerte de regresión en el alcance
del concepto del Buen Vivir que instrumenta la institucionalidad del poder,
algunos elementos de la coyuntura permiten corroborar tal afirmación. En
efecto, es poco probable pensar que las excepcionales condiciones con las que
ha contado el gobierno –importante respaldo social, control de todos los
poderes del Estado, elevados ingresos producto de los altos precios del
petróleo- puedan redituarse en los siguientes años a fin de introducir los
cambios que aspiraba el país para transitar hacia el Buen Vivir y que
posibilitaron el ascenso al poder del Presidente Correa. Estos cambios no se
han producido en la magnitud y la forma que se esperaban; más bien se ha
acentuado una orientación de la gestión pública distinta a la volcada en el
primer plan de campaña y que ha provocado el distanciamiento con sus iniciales
aliados: indígenas, ambientalistas y sectores de izquierda.
El proceso de institucionalización del Buen Vivir en el
Ecuador ha dado poco espacio al diálogo intercultural, al juego democrático y a
una real descentralización de la gestión pública, menos aún ha sentado las
bases para avanzar en la construcción del Estado Plurinacional. La
participación se circunscribe actualmente, como en el pasado, a los procesos electorales;
sin diálogo ni espacios para procesar diferencias. El disenso es sinónimo de
traición y no en pocos casos ha significado la criminalización de la protesta
social.
En el plano económico, pese a la disponibilidad de un
régimen de Buen Vivir y del reconocimiento de la naturaleza como sujeto de
derechos[2], el énfasis de las actuales políticas públicas descansa aún en el
extractivismo–que en el corto plazo se pretende extender hacia regiones
relativamente alejadas de la dinámica del mercado- y en una concepción según la
quees necesario inyectar importantes recursos económicos para avanzar en la
superación de la pobreza y corregir las asimetrías sociales que soporta el Ecuador.
En esta carrera hacia el progreso siguen pendientes políticas para modificar la
estructura de propiedad de la tierra, una de las más inequitativas en la
región, y disminuyen cada vez más las expectativas sobre los prometidos cambios
para modificar la matriz productiva e iniciar la transición hacia una economía
post-extractiva.
La propuesta más difundida al respecto, la Iniciativa
ITT-Yasuní que proponía mantener en tierra las reservas petroleras de los
campos Ishpingo-Tambococha-Tiputini (estimadas en 920 millones de barriles)
localizadas al interior del Parque Nacional Yasuní, a cambio de una
compensación internacional equivalente al 50% de los ingresos netos de las
potenciales exportaciones de dichas reservas (estimadas en 7,2 millones de
dólares), fue unilateralmente abandonada por el gobierno a mediados de agosto
del 2013. A cambio de esta compensación, Ecuador se comprometía a no emitir 420
millones de toneladas métricas de CO2 a la atmósfera del planeta (cantidad
equiparable a lo que cada año emiten Francia o Brasil).
Tal iniciativa constituía una oportunidad excepcional para
sentar las bases de una nuevo pacto civilizatorio entre seres humanos y
naturaleza, incorporaba el criterio de responsabilidades comunes y
diferenciadas, abría las puertas para otro tipo de cooperación y para el
reclamo de la deuda ecológica, protegía diversidad biológica única contenida en
el Parque Yasuní y la vida de pueblos en aislamiento voluntario; constituía una
respuesta efectiva para enfrentar el calentamiento global y el cambio
climático. Así lo entendieron pueblos indígenas, jóvenes y diversos sectores
sociales que se identificaron con la Iniciativa Yasuní-ITT y que, a raíz de la
decisión gubernamental, presionan por la realización de una consulta ciudadana
que decida su futuro.
El abandono de la Iniciativa Yasuní ITT por parte del
gobierno ecuatoriano es solo el corolario de una tendencia que comenzó a
manifestarse con más claridad hacia mediados de su segundo mandato (2009-2013)
y sobre la que el Presidente Correa no ha tenido empacho en reiterar su
adhesión: una economía sustentada en las riquezas hidrocarburíferas y minerales
del país, una constante minimización de los impactos ambientales y sociales
bajo el argumento de las bondades tecnológicas y una división de la sociedad
entre supuestos defensores y detractores del progreso.
En este contexto, la posibilidad de mantener la noción del
Buen Vivir como una “ilusión movilizadora”, como una postura política que
confronte la racionalidad dominante, que haga eco de otras y diversas visiones
e identidades y que reivindique los saberes plurales (Leff 2006; Escobar
2011),no puede supeditarse a lo que haga o deje de hacer el poder. El hecho de
que el Buen Vivir siga siendo parte de una epistemología alternativa –y de una
ecología política renovada- dependerá en gran medida de la correlación de
fuerzas existente en cada sociedad, de la capacidad de organización y propuesta
de los sectores sociales, de la necesaria reapropiación política de los
conceptos, de la profundización de una democracia participativa y con espacios
para la resolución de conflictos y disensos. Ventajosamente, el Sur global
presenta evidencias de la construcción de una voluntad social cada vez más
grande para iniciar una reconciliación entre los seres humanos y la Tierra y
para establecer el cimiento de un nuevo pacto civilizatorio. Disputemos
entonces el verdadero sentido del Buen Vivir.
BIBLIOGRAFÍA CONSULTADA
Acosta, Alberto y Esperanza Martínez (comp.). El Buen Vivir.
Una vía para el desarrollo. Ediciones Abya-Ayala. Quito, 2009.
Alimonda, Héctor. La colonialidad de la naturaleza. Una
aproximación a la ecología política latinoamericana. En: La naturaleza
colonizada. Ecología política y minería en América Latina. Alimonda, Héctor
(coord.). Colección Grupos de Trabajo. CLACSO. Consejo Latinoamericano de
Ciencias Sociales. Ediciones CICCUS. Buenos Aires, 2011. ISBN:
978-987-1543-84.7
Escobar, Arturo. Ecología política de la globalidad y la
diferencia. En: La naturaleza colonizada. Ecología política y minería en
América Latina. Alimonda, Héctor (coord.). Colección Grupos de Trabajo. CLACSO.
Consejo Latinoamericano de Ciencias Sociales. Ediciones CICCUS. Buenos Aires,
2011. ISBN: 978-987-1543-84.7
Fischer-Kowalski, Marina y Helmut Haberl. El metabolismo socioeconómico.
En: Ecología Política. No. 19. Cuadernos de Debate Internacional. Fundación
Hogar del Empleado. Icaria Editorial. Barcelona, 2000. ISBN: 1138-6738.
Leff, Enrique. La ecología política en América Latina. Un
campo en construcción. En publicación: Los tormentos de la materia. Aportes
para una ecología política latinoamericana. Alimonda, Héctor. CLACSO. Consejo
Latinoamericano de Ciencias Sociales. Buenos Aires, 2006. ISBN: 987-1183-37-2
Santos, Boaventura de Sousa. Refundación del Estado en América
Latina.Perspectivas desde una epistemología del Sur. Ediciones Abya-Ayala.
Quito, 2010.
Otros documentos consultados
República del Ecuador. Constitución del Ecuador. Asamblea
Nacional Constituyente. Montecristi, 2008.
República del
Ecuador. Documento base de posición nacional. Conferencia de las Naciones
Unidas sobre Desarrollo Sostenible Río+20. Martha Moncada (coord.). Ministerio
Coordinador de Patrimonio. Programa de las Naciones Unidas para el Desarrollo.
Quito.2012.
SENPLADES.PlanNacionalparaelBuenVivir2009-2013.SecretaríaNacionaldePlanificaciónyDesarrollo.Quito,
2009.
SENPLADES. Evaluación. Plan Nacional para el Buen Vivir.
Secretaría Nacional de Planificación. Quito, 2012.
Notas
[1]Según algunas estimaciones, las necesidades materiales
totales –que incluye los insumos materiales directos y los denominados flujos
ocultos- de los países industrializados ascienden a más de 80 toneladas por
persona al año (Fischer-Kowalski y Haberl 2000:25).
[2]El reconocimiento de la naturaleza como sujeto de derechos
consta por primera vez a nivel mundial en la Constitución ecuatoriana del 2008.
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