martes, 26 de noviembre de 2013

Guerra económica y capitalismo rentístico: la disputa es también cultural

Por: Emiliano Teran Mantovani
Alainet.org

“La producción cultural ha sido confinada al interior de la mente, dentro del sujeto monádico: ya no puede mirar directamente a través de sus ojos al mundo real en busca del referente, sino que, como en la caverna de Platón, ha de trazar sus imágenes mentales del mundo en las paredes que la confinan. Si después de esto queda algo de realismo, es un «realismo» que surge de la conmoción al palpar ese confinamiento y darse cuenta de que, por cualesquiera razones peculiares, parecemos condenados a buscar el pasado histórico a través de nuestras propias imágenes pop y estereotipos acerca del pasado, el cual permanece para siempre fuera de nuestro alcance”.
Frederic Jameson

“El hombre liberado es un hombre creador, sin limitaciones para expresar su talento en el trabajo manual, intelectual o artístico, en sus relaciones con los demás hombres. Un individuo sin ídolos, dogmas, prejuicios; inspirado por un definido sentido de justicia e igualdad. Que es simultáneamente un individuo venezolano y un hombre universal. Este hombre puede aparecer y desarrollarse en un ambiente de florecimiento de las culturas nacionales”
Rodolfo Quintero, 1971

 Capitalismo rentístico y esquizofrenia

La implantación histórica del capitalismo rentístico venezolano, ha propiciado la combinación de una serie de factores que dan cuenta de un modelo social, económico, político y cultural verdaderamente extravagante, de rasgos muy particulares y atípicos, que con frecuencia agudiza sus propios desequilibrios, con notables evidencias de volatilidad social y fragmentación cultural.

El delirio consumista que hemos presenciando últimamente en Venezuela en tiendas de electrodomésticos como Daka, donde el hechizo monetario establece la “necesidad”, en vez de ser la necesidad la que canalice el flujo de dinero —con casos de personas que compran 2 televisores, teniendo 3 en casa, o consumidores que, “aprovechando” las rebajas a raíz de las políticas del gobierno nacional, se sirven para tener ahora un aire acondicionado en cada cuarto—, muestra cómo la coyuntura que vivimos actualmente en el país, refleja los “huecos de realidad” de la crisis del capitalismo rentístico: el hueco que hay entre la fascinación subjetiva, producto de la sensación de riqueza, y la insostenibilidad a no muy largo plazo de nuestro modelo rentístico; entre la debacle social neurótica que muestra la pantalla de televisión en forma de guerra económica, y el efecto de bienestar que produce el consumo masivo; entre la “independencia nacional” y la dependencia sistémica.

La forma de circulación de la renta construye y canaliza el deseo social. La sociedad de consumo es contrarrevolucionaria porque despolitiza al sujeto y lo sumerge en la inmediatez, en el vacío, en el estereotipo, estableciendo una especie de presente eterno en la medida en que fragmenta la Historia, el espacio y la política. Y no se trata de una fragmentación comunalizada, sino de una en la cual el individuo queda desprovisto ante el poder del capital. Las Hummer, el silicón, los biopolímeros, el Blackberry y el Miss Venezuela se entremezclan así con el Che Guevara y Antonio Gramsci, con el cantar de Alí Primera, con los Consejos Comunales y el antiimperialismo. Bajo esta fórmula, la revolución se convierte en espectáculo.

¿Y quién detiene esto? Ciertamente, el efecto que puede producir la merma o la distorsión negativa del flujo de la renta, evaporaría la magia que nuestro capitalismo sui géneris recrea como bienestar social, abriendo el camino a una crisis social. No obstante, el aumento del llamado “gasto público” no se refiere únicamente a necesidades básicas, sino a expectativas de vida, a deseos construidos, a imaginarios de lo que Ulrich Brand ha llamado los “modos de vida imperial”[1]. Hay que atender urgentemente al creciente hueco que hay entre la histórica expansión cuantitativa y cualitativa de estas expectativas de “vida imperial” y la insostenibilidad a no muy largo plazo del capitalismo rentístico venezolano. Los imaginarios vuelan, pero nada físico crece indefinidamente. Y menos en un sistema capitalista mundial en crisis estructural.

40 años después, Rodolfo Quintero

Leer hoy “Antropología del petróleo”, un clásico de la literatura petrolera venezolana que escribiera Rodolfo Quintero en 1971 (publicada en 1972), constituye una experiencia que nos permite comprender el poderoso arraigo que tiene en nuestro país lo que este antropólogo denominó la «cultura del petróleo». Lo interesante y relevante de la obra de Quintero es que, al contrario de todo el grueso de la tradición de la teoría social en Venezuela anterior a él, no recurrió a la construcción ontológica racista y colonial que planteaba que el venezolano es “flojo por naturaleza”, o que es un bárbaro por sus condiciones biológicas y raciales, y que por ende debía ser civilizado por un gobierno fuerte y/o ilustrado (Laureano Vallenilla Lanz et al). La cultura del petróleo es pues para Quintero, una imposición colonial, una forma de imperialismo cultural.

40 años después, no dejan de sorprender las enormes similitudes que tiene esta descripción sobre nuestros rasgos culturales y antropológicos, en relación con nuestra realidad actual, un proceso iniciado hace unos 90 años con la implantación de los campos petroleros en la década de los 20 del siglo pasado. Para Quintero, la cultura del petróleo se despliega en factores inmateriales como la lengua, el arte, la ciencia, así como en recursos físicos, como los instrumentos, las actividades o la infraestructura. Se trata de “…una cultura de conquista, (que) crea una filosofía de la vida para adecuar la población conquistada a la condición de fuente productora de materias primas”[2]; toda una ontología del extractivismo.

La hegemonía de la cultura del petróleo, actúa de manera determinante en la forma como los sujetos y la sociedad se piensan a sí mismos. En la medida en la que va deteriorando las culturas locales, generando desarraigo en las poblaciones y adormeciendo la conciencia histórica, reproduce una estructura de profunda dependencia cultural y subjetiva, de aprehensión política con el Petro-Estado, pero que al mismo tiempo implanta sentimientos imitativos y “desnacionalizadores”, los cuales tienen su proyección material en las supuestas “ventajas” del sistema que recrea la renta petrolera.

En la medida en la que se da esta adecuación cultural de la población al modelo extractivista petrolero, en la medida en la que reproduce un imaginario deseante de sus propios estilos de vida, montado sobre la promesa neocolonial del «desarrollo» y sus profetas mitificados, al mismo tiempo expulsa, invisibiliza, invalida y/o minimiza la posibilidad de pensar en otra sociedad que no sea la petrolera, de pensarla más allá del “desarrollo” y del rentismo ―léase, la “siembra del petróleo”―, utopizando las alternativas.

 La Revolución Bolivariana y la cultura del petróleo

La Revolución Bolivariana, tanto como proceso político, como un cúmulo de discursos donde han prevalecido ideas contrahegemónicas y corrientes culturales de pensamiento crítico, ha producido enormes desafíos, dilemas, contradicciones y alternativas a las formas como nos hemos pensado como sujetos, como hemos concebido al espacio/naturaleza, y como hemos interpretado la realidad histórico-social en Venezuela. Sin embargo, se trata de un complejo proceso político y cultural plagado de incongruencias, que nos invita a escrutar y reexaminar nuestros paradigmas dominantes, dada las trascendentales implicaciones que estos tienen en los procesos emancipatorios que se enarbolan en el discurso revolucionario.

Como hemos planteado en otra oportunidad[3], aparte de saldar la enorme deuda social acumulada, y haber al menos iniciado una clara transición post-rentista en el país, llevar adelante una Revolución Cultural que resquebrajara y comenzara a poner en entredicho nuestra “cultura del petróleo”, nuestro imaginario rentístico, abriendo el camino hacia la construcción una nueva subjetividad de autovaloración productiva, es una de las tres grandes misiones sobre las que se han centrado y aún se centran las expectativas revolucionarias del proceso político venezolano reciente. Los dilemas presentes sobre nuestra cultura y subjetividad política, nos obligan a preguntarnos si la Revolución Bolivariana se ha traducido o no, en un refrescamiento y una repotenciación del viejo modelo rentista.

Es resaltante notar que el nacimiento de la Revolución Bolivariana como proceso cultural, ha implicado la coexistencia, e incluso la hibridación, de la histórica cultura del petróleo, con una serie de ideas revolucionarias, que en algunos casos plantean profundos y radicales cuestionamientos políticos y axiológicos de rasgos anticapitalistas y decoloniales —estos últimos principalmente contagiados por los procesos de transformación en Bolivia y Ecuador.

La coexistencia de estos factores divergentes en nuestro proceso político nacional, evidencia que la Revolución Bolivariana es en efecto un campo en disputa. Sin embargo, esta lucha no es simétrica, y se desenvuelve mediada por la hegemonía y la profundización del modelo rentista, y por lo tanto, sobre un redimensionamiento de la cultura del petróleo. Se produce de esta forma una relación de poder sobre la cultura, en la cual es muy frecuente la construcción de saberes con elementos internos incompatibles —emancipadores junto con represivos—, que en un contexto de hegemonía económica y cultural petrolera/capitalista, generalmente subsume, domina y asimila los factores críticos de los mismos, a favor del status quo.

Este proceso no es irremediable. Sin embargo, es fundamental tratar de comprender porqué muchas de estas ideas alternativas anticapitalistas, radicales o no, no logran encontrar asidero tanto en los valores simbólicos de la sociedad venezolana, como en la estructura real de la economía rentista, sobre todo a medida que se va profundizando dicho modelo en el país. Es esencial cartografiar la cultura del petróleo en la Revolución Bolivariana, tratando de detectar dónde se fortalece ésta en nuestro proceso político doméstico.

¿Dónde se fortalece la cultura del petróleo en la Revolución Bolivariana?

A pesar de la importancia de la producción teórica/ideológica crítica para intentar salir del modelo rentista petrolero y su estructura de poder, o plantear un proyecto anticapitalista en su seno, como es el caso de las corrientes más radicales de la Revolución Bolivariana, el impacto que genera la reproducción y fortalecimiento de esta estructura económica rentista sobre la producción cultural y de subjetividad es tal, que hasta las ideologías más revolucionarias chocan con la enorme complexión de este modelo profundamente asimétrico.

Si la inundación de divisas producto del boom rentístico que vivimos desde 2004 —el llamado “Efecto China” a raíz del auge de la demanda de commodities impulsado principalmente por este país— tiene efectos perniciosos sobre los factores productivos, sobre el auge relativo de las importaciones, sobre el ensanchamiento artificial del mercado interno, el agrandamiento del desarrollismo del Petro-Estado, y de los niveles de endeudamiento externo, se debe a que esta profundización de los desequilibrios económicos está en profunda correlación con la necesidad e impulso del sobredimensionamiento de la cultura del petróleo, para así favorecer tanto a las estructuras de poder dominantes, como la consolidación de nuestra función dependiente en la División Internacional del Trabajo. Cuando Alí Rodríguez Araque reconoce que el fenómeno de la corrupción es una de las varias formas de distribución (antiética) de la renta petrolera[4], está haciendo evidente la relación estructural que existe entre cultura y rentismo, entre el excedente y la subjetividad.

La expansión de los “modos de vida imperiales” en crecientes masas de la población; de la construcción de expectativas, imaginarios y subjetividades a imagen y semejanza de la estructura del capitalismo rentístico, se conectan con el aumento de las migraciones a las ciudades, el empeoramiento del deterioro de la producción agrícola, y el frenesí surrealista por los productos importados. La plétora monetaria rentista, las burbujas especulativas y los escenarios paranoicos de la TV, encuentran su correlato en las burbujas culturales de nuestros imaginarios consumistas, que a ratos parecen alucinaciones.

La profundización del modelo rentista y los futuros proyectos de ampliación del extractivismo petrolero y minero ―los 6 millones de barriles diarios de los dos grandes proyectos político-partidistas hegemónicos, la «Potencia Energética Mundial» y el «Petróleo para tu Progreso»— supondrían la intensificación de nuestros males culturales endémicos. A su vez, los planes ya en marcha para la implantación masiva de estructuras petroleras en la Faja del Orinoco ―que Quintero en su tiempo definía como una incrustación colonial― reproduce el viejo efecto de deterioro y desarraigo de las culturas locales ―incluidos nuestros pueblos indígenas, que aún esperan la materialización de la demarcación territorial―, la inserción en el espacio de los recursos materiales que reproducen la cultura del petróleo, y el embelesamiento social con la insostenible modernidad petrolera.

Si bien Rodolfo Quintero planteaba que la cultura del petróleo era una cultura traída de afuera, esta también opera germinalmente desde “adentro”, reproduciendo el (neo)colonialismo endógenamente, expresión de la forma transnacionalizada como opera el capital en la globalización. Es fundamental comprender el papel que juega el Petro-Estado venezolano tanto en la administración de la cultura del petróleo, como en la intermediación entre el “afuera” y el “adentro”.

 La disputa cultural sobre el sujeto y la naturaleza

Si bien en la Revolución Bolivariana se ha dado un auge de las corrientes del pensamiento crítico, debemos admitir que el paradigma neocolonial del “desarrollo” sigue siendo un mito profundamente arraigado en nuestros patrones de pensamiento, al tiempo que el rentismo cultural continúa estableciendo una rígida frontera para pensar alternativas más allá de este.

A lo largo del tiempo, el análisis histórico-social venezolano ha centrado la gran mayoría de su atención y esfuerzos en buscar mecanismos para una mayor captación de la renta y un mayor control de la industria petrolera, de manera tal de impulsar el proyecto modernizador nacional, entendido éste como un proyecto emancipador y “progresista”, que nos llevaría al tan ansiado “desarrollo”.

Aunque resaltan algunas reivindicaciones de Rodolfo Quintero a las culturas locales y una idea de “descolonización petrolera”, y en Juan Pablo Pérez Alfonzo comienzan a bosquejarse críticas sin precedentes en nuestra literatura petrolera, al aparecer cuestionamientos al crecimiento, al desarrollismo, al concepto de “sembrar el petróleo” y a los efectos nocivos de la propia renta internacional[5], a nuestro juicio, es con “El Estado Mágico” de Fernando Coronil (1997) que se produce una importante ruptura epistemológica en la tradición del análisis social petrolero venezolano, planteando una crítica decolonial profunda a los patrones de conocimiento que habían determinado, tanto la caracterización de nuestra historia petrolera contemporánea, como la propia práctica política nacional que se derivaba de ella.

La línea de estudios sobre modernidad/colonialidad, en la que se inscribe “El Estado Mágico” de Coronil, representa una poderosa arma crítica contra la tradición de la cultura del petróleo y su estructura de funcionamiento biopolítico. La manera de comprender la composición y funcionamiento del Petro-Estado venezolano, el problema del espacio/naturaleza como factor de análisis, o la relación entre el discurso, el poder y la subjetividad, tienen poderosas implicaciones políticas, sobre todo en intensos procesos de disputa cultural como los que vivimos en la actualidad[6].

Las corrientes más críticas y antisistémicas en la Revolución Bolivariana, las cuales indudablemente bebieron del discurso más agudo del presidente Chávez, enarbolan como fuerza cultural una definición ontológica del sujeto/pueblo como potencia emancipadora y contrahegemonía constitutiva. Dichas corrientes se enfrentan a dos grandes fuerzas.

Por un lado, el sujeto que se construye desde el discurso de la oposición venezolana, encabezada por la llamada “Mesa de la Unidad Democrática” (MUD), es el típico “agente racional abstracto” de la teoría neoclásica, un sujeto que se presenta como “libre”, siendo que el Estado y la “ideologización política” interfieren en su camino competitivo hacia la eficiencia económica[7]. Todos los seguidores de la “libertad” individualista y de las “oportunidades” para el emprendedor capitalista tecnificado, son funcionales a este proyecto en la medida en que alimentan la reproducción de la estratificación clasista y racista de la sociedad venezolana, al tiempo que esa idea de “libertad individual” de los supuestos “agentes racionales” permite mantener ocultas las relaciones de dominación que ejerce el capital sobre estos. La idea de “pueblo” tiene aquí sentido, sólo en la medida en la que la unión inorgánica de sujetos fragmentados responda al llamado de sus guías para vencer a la “tiranía” —léase, la intervención estatal que obstaculice el libre flujo del mercado autorregulador—, al tiempo que puedan construir juntos una nación de “progreso”.

Por otro lado, la instauración de la Revolución Bolivariana como gobierno, convocaba al Poder Constituyente en su propia fundación, y promovía una definición de “pueblo” como empoderamiento de los excluidos sociales históricos, estableciéndose momentos de ejercicio y formas radicales de poder popular inmediato, lo que genera un conflicto sobre las formas tradicionales de la cultura del petróleo, tensionando numerosos supuestos establecidos por este modelo.

No obstante, los propios recursos biopolíticos materiales e inmateriales del capitalismo rentístico, en la medida en que se reajusta y redimensiona el modelo imperante, contrarrestan esa emergencia ontológica popular. El ejercicio del poder político del pueblo y su apropiación económica se apaciguan en la medida en la que básicamente estos se logran materializar como representación mítica a través de las personificaciones del «pueblo» que dirigen el Petro-Estado, y que distribuyen parte de la abundante renta. Esta postergación del ejercicio inmediato del poder popular juega a favor del restablecimiento de la dinámica neocolonial de poder propia de esta estructura política. De esta forma, podríamos afirmar que de hecho existen no sólo dos grandes proyectos ontológicos en disputa que definen al sujeto/pueblo venezolano, sino al menos tres.

Por su parte, dada la importancia de la legitimación del extractivismo en el capitalismo rentístico nacional, y su proyección sobre la dominación de la tierra, el territorio y la Naturaleza, la forma como se representa a esta última es también objeto de disputa. En la cartografía tradicional de la cultura del petróleo, en general la naturaleza ha sido históricamente instrumentalizada, invisibilizada como riqueza y colonizada para el “desarrollo”.

La hipocresía, la instrumentalización y la marginalización de la representación de la Naturaleza respecto al régimen de producción/extracción capitalista rentística en la MUD, se hace evidente no sólo en sus declaraciones públicas —como cuando el excandidato presidencial Henrique Capriles Radonski se mofó del quinto objetivo del Plan de la Patria y dijo que “nuestro pueblo no quiere que se salve el planeta”[8]—, sino en la manera como es categorizada ésta, cuando en el Programa de Gobierno de esta parcialidad político-partidista, la Naturaleza aparece referida constantemente como “capital natural”[9], al puro estilo neoclásico.

El agravamiento de la crisis ambiental global, ha venido poniendo en cuestionamiento con mayor frecuencia las concepciones depredadoras acerca de la Naturaleza. En el Gobierno Bolivariano se produce una reformulación administrativa y discursiva que supone una distinción respecto a los gobiernos anteriores, sobre la contradicción capital-naturaleza. El objetivo 5 del Plan de la Patria 2013-2019 —“Contribuir con la preservación de la vida en el planeta y la salvación de la especie humana”— y la reivindicación explícita del ecosocialismo como principio de la política del Gobierno, expresa una reconfiguración del valor de la naturaleza en este proyecto.

No obstante, en el marco del redimensionamiento de la cultura del petróleo, y la expansión de los proyectos extractivos, y con la justificación de la lucha contra la pobreza, se genera una discursividad que concilia extractivismo en auge con respeto por la naturaleza, recurriendo al controvertido concepto de “desarrollo sustentable” ―”haremos de la explotación petrolera una actividad para el cuidado del ambiente”―; resignificando el radical y decolonial concepto de Buen Vivir ―entendido en la Revolución Bolivariana principalmente como mayor acceso al consumo moderno/capitalista―; y generando nuevas teorías ad hoc para explicar por qué es inevitable y necesario para América Latina continuar la expansión de la explotación de nuestros “recursos naturales” y su realización en el mercado mundial capitalista, para alcanzar un mejor posicionamiento geopolítico y alcanzar la “independencia” ante el imperialismo[10].

La crisis como oportunidad: la importancia de una Revolución Cultural

Toda crisis no es sólo conflicto, sino que al mismo tiempo representa oportunidades, en la medida en que la desarmonía que se produce entre las ideas hegemónicas y la realidad material, permiten no sólo romper el hechizo ideológico, sino abrir posibilidades para resignificar y reformular los paradigmas sociales reinantes. El problema pasa por qué tipo de resignificaciones se plantean, y quiénes las impulsan.

Las diversas formas y facetas que ha adoptado la coyuntura actual en el país han sido primordialmente manejadas desde una perspectiva maniquea, en la cual el origen del problema según el Gobierno es la oposición, y según la oposición es el Gobierno. Rara vez se reconoce que ese incentivo a los “modos de vida imperial”, promovido por los poderes fácticos y las élites políticas, como una especie de valores sagrados de la nación, son buena parte del problema, ocultando cómo esta profundización de la cultura del petróleo alimenta la estructura de poder establecida, la estratificación social —el hechizo de que todos “podemos ser ricos” —, y la propia insostenibilidad de nuestro modelo parasitario.

Cuando se habla de “Guerra de IV generación”, parece no reconocerse que, si esta batalla se orienta al control del discurso y de la mente, entonces bajo la polarización política que vive el país, está totalmente abierta la posibilidad del intento de dominación ideológica tanto de un bando hacia la población del otro, como de esa parcialidad sobre sus propios partidarios. Esta premisa hace evidente pensar en la necesidad y posibilidades de formas de subjetividad autónoma y de pensamiento crítico bajo el régimen de la cultura del petróleo.

Si entendemos que casi el 90% de la población venezolana vive en ciudades, con sus expectativas de un estilo de “vida imperial”, la tarea de una transformación del modelo venezolano no sólo supondría una muy complicada reconfiguración del ordenamiento territorial, sino una reformulación de las lógicas y estilos de vida en las propias ciudades, con una respectiva modificación radical de nuestro relacionamiento con la Naturaleza, lo cual necesita el impulso de una verdadera revolución cultural en el país.

Esto nos lleva a preguntarnos, ¿un proyecto político post-rentista que no se construya más allá del “desarrollo” y del propio rentismo como frontera, puede permitir una revolución cultural de este tipo? ¿Quién o quiénes llevarán a cabo dicha revolución? Si existen no dos, sino al menos tres grandes proyectos político-culturales, uno de ellos con una concepción ontológica y de la naturaleza profundamente popular, autogobernante, emancipatoria y ecológica, entonces la revolución cultural se desarrollará sobre la base de una compleja disputa discursiva entre tres grandes fuerzas, más allá de la polarización política nacional reinante.

Si bien es cierto que en la Revolución Bolivariana no se ha podido desplazar la hegemonía de la cultura del petróleo, esto no implica que los procesos de transformación que hemos vivido en el país en estos 14 años no hayan ampliado sus grietas. Además, dichas grietas se expanden en momentos de crisis, lo que, como hemos dicho, inaugura procesos de reordenamiento ideológico y de resignificación cultural. Esto representa para el proyecto cultural emancipatorio, la apertura de caminos y posibilidades para infiltrar la cultura neocolonial del petróleo e impulsar procesos de transformación autónomos y ecológicos.

La álgida coyuntura actual de guerra económica y desequilibrios sistémicos es entonces, al mismo tiempo una batalla que se da en el campo simbólico. El caso de la neurosis colectiva por la escasez/acaparamiento de la Harina precocida marca P.A.N. es un buen referente para aprovechar la situación y convertir la misma en un gran debate popular que pueda expandirse a escala nacional, y que haga más visibles cuestionamientos radicales a algunos patrones conceptuales capitalistas/desarrollistas y coloniales, y por ende, a las formas de organización e interacción social que de ellos se derivan.

Organizaciones de base populares, comuneros y comuneras, y movimientos sociales tenemos la oportunidad de posicionar críticas de fondo a todo el entramado de la cultura del petróleo, señalando no sólo a los actores responsables, sino al propio modelo, en todas sus formas operativas. El secuestro progresivo que hizo empresas POLAR en el imaginario social venezolano, al punto de que la gran mayoría de la población asocia, como una metonimia, a la arepa con la harina PAN, debe ser desmantelado. El maíz empobrecido, los cultivos transgénicos, la estética del alimento —como una especie de racismo agrario— y el despojo de los procesos productivos del pueblo en forma de monopolios capitalistas, debe ser contestado con la arepa criolla; el cuidado, protección y difusión las semillas autóctonas campesinas; las culturas ancestrales locales y la reconceptualización del consumo para la vida; la alimentación sana; y el impulso a las redes socioproductivas populares y sostenibles.

En la medida en la que los comuneros y comuneras, de creciente organización, movilización y articulación a nivel nacional, logren establecer y expandir sus comunas y redes comunicativas y socioproductivas a mayor escala geográfica, seguirán dejando semillas de transformación territorial fundamentales. Por un lado, engendran así posibilidades para nuevos ordenamientos del espacio y nuevas formas de relacionamiento con la geografía, contribuyendo a transfigurar los recursos materiales que le dan vida a la cultura del petróleo, al tiempo que fortalecen bases de resistencia ante los ataques de desposesión del capital.

Por otro lado, favorecen a los procesos descentralizados de producción de conocimiento, al reposicionamiento y al resurgir de los saberes y cosmovisiones ancestrales y territoriales, que puedan contrarrestar el efecto universalizante y colonial de la cultura del petróleo, al tiempo que fomenta la construcción de tejidos comunitarios, que combatan la fragmentación individualista de la sociedad de consumo.

Como lo hemos expuesto, la sobredeterminación rentística que posee la forma de nuestro modelo capitalista, genera la expulsión cultural de campos de pensamiento donde son posibles el inicio de una transición post-rentista y post-extractivista. Dado lo profundamente enraizadas que están las estructuras físicas e institucionales del capitalismo rentístico, es fundamental resaltar que una transformación de fondo del mismo, requiere que germine una ruptura de la conciencia rentística que sostiene y legitima este sistema de poder.

Esto supone pensar lo “impensado rentístico”, hacer un salto decolonial del saber, develar la relación de poder contenida en los regímenes de verdad, abrir debates y tocar temas que han constituido tabúes nacionales, y sortear las amenazas de criminalización de la crítica revolucionaria, que pasan desde censuras institucionales y políticas, hasta una serie de teorías premiadas y promovidas que catalogan de “pachamamistas” y de promotores del juego del imperialismo, a diversas vocerías que se oponen al modelo desarrollista y al afán “progresista” de extraer más y más de la naturaleza, profundizando nuestros modelos neocoloniales y sus respectivos males.

Emiliano Teran Mantovani es sociólogo de la Universidad Central de Venezuela, investigador del Centro de Estudios Latinoamericanos Rómulo Gallegos – CELARG y hace parte del equipo promotor del Foro Social Mundial Temático Venezuela

Fuentes consultadas

- BORÓN, Atilio. América Latina en la geopolítica del imperialismo. Ministerio del Poder Popular para la Cultura. Caracas, 2012.

- CORONIL, Fernando. El Estado mágico. Naturaleza, dinero y modernidad en Venezuela. Nueva Sociedad. Consejo de Desarrollo Científico y Humanístico de la Universidad Central de Venezuela. Caracas, 2002.

- GAGO, Verónica. Sztulwark, Diego. “No podemos pensar en salvar el planeta si no pensamos la emancipación social”. Entrevista a Ulrich Brand. Lunes, 23 de abril de 2012. Disponible en: http://www.pagina12.com.ar/diario/dialogos/21-192462-2012-04-23.html. Consultado: [12/07/2012].

- GLOBOVISIÓN. Capriles: La única persona que perderá su empleo en Pdvsa será Rafael Ramírez. 01/08/2012. Disponible en: http://globovision.com/articulo/capriles-la-unica-persona-que-perdera-su-empleo-en-pdvsa-sera-rafael-ramirez. Consultado: [10/08/2012].

- MESA de la Unidad Democrática. Lineamientos del Programa de Gobierno de Unidad Nacional (2013-2019). Caracas, noviembre de 2011. En: http://www.cuadernos.org.ve/pdf/mud.pdf. [Consultado: 08/03/2012].

- PÉREZ Alfonzo, Juan Pablo. Hundiéndonos en el excremento del diablo. Fundación Editorial El perro y la rana. Caracas, 2009.

- QUINTERO, Rodolfo. Antropología del petróleo. Siglo Veintiuno editores. Necaxa, México. 1976.

- TERAN Mantovani. La crisis del capitalismo rentístico y el neoliberalismo mutante (1983-2013). Rebelión. 21/10/2013. Disponible en: http://www.rebelion.org/docs/175965.pdf. Consultado: [21/10/2013].

- ÚLTIMAS Noticias. Edición impresa del domingo 15 de septiembre de 2013. Caracas, Año 72 Nº 28736.

Notas

[1] Cfr. Entrevista a Ulrich Brand: GAGO, Verónica. Sztulwark, Diego. “No podemos pensar en salvar el planeta si no pensamos la emancipación social”. Brand sostiene acerca de los modos de vida imperial: “Es la pregunta por cómo se está universalizando un modo de vida que es imperial hacia la naturaleza y las relaciones sociales y que no tiene ningún sentido democrático, en la medida que no cuestiona ninguna forma de dominación (…) El modo de vida imperial no se refiere simplemente a un estilo de vida practicado por diferentes ambientes sociales, sino a patrones imperiales de producción, distribución y consumo, a imaginarios culturales y subjetividades fuertemente arraigados en las prácticas cotidianas de las mayorías en los países del norte, pero también, y crecientemente, de las clases altas y medias en los países emergentes del sur”.

[2]  QUINTERO, Rodolfo. Antropología del petróleo. p.46

[3] Cfr. TERAN Mantovani, Emiliano. La crisis del capitalismo rentístico y el neoliberalismo mutante (1983-2013).

[4] En: ÚLTIMAS Noticias. Edición impresa del domingo 15 de septiembre de 2013. Sección el Domingo, pp.6-7.

[5] Cfr. PÉREZ Alfonzo, Juan Pablo. Hundiéndonos en el excremento del diablo.

[6] La introducción del problema del espacio/naturaleza como factor clave en los análisis de la conformación del sistema-mundo capitalista tiene poderosas implicaciones en la medida en que resignifica la División Internacional del Trabajo, también como División Internacional de la Naturaleza; desmitifica el “desarrollo” y la primacía del tiempo; hace evidente el ocultamiento del valor intrínseco de la Naturaleza; o bien resalta el papel de intermediación que juega el Petro-Estado periférico, y la relación entre su composición política y la captación de una renta absoluta. Cfr. CORONIL, Fernando. Cap.1: “La naturaleza de la historia”, en El Estado mágico. Naturaleza, dinero y modernidad en Venezuela. pp. 23-76.

[7] Esta idea está presente recurrentemente a lo largo del programa de Gobierno de la MUD 2013-2019, donde se enaltece obsesivamente la propiedad privada. Cfr. MESA de la Unidad Democrática. Lineamientos del Programa de Gobierno de Unidad Nacional (2013-2019).

[8] Cfr. GLOBOVISIÓN. Capriles: La única persona que perderá su empleo en Pdvsa será Rafael Ramírez. La frase completa recogida de Capriles Radonski afirmaba: "El plan de gobierno del que lleva 14 y quiere 6 más, uno de los planteamientos de ese proyecto es salvar el planeta, este planteamientos nada tiene que ver con lo que quiere nuestro pueblo, nuestro pueblo no quiere que se salve el planeta, primero tenemos que ocuparnos de la casa".

[9] Op.Cit. pp.133-140

[10] Cfr. por ejemplo: BORÓN, Atilio. América Latina en la geopolítica del imperialismo. Sobre una crítica de este texto, véase: TERAN Mantovani, Emiliano. Neblina sobre los horizontes post-extractivistas: ¿no hay alternativas? ALAI, América Latina en Movimiento. Disponible en: http://alainet.org/active/66806

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