Por: Ernesto Cazal
Foto: Paul Ledesma Colectivo Autana Tepuy |
03/11/13.- El cuento es sencillo: existe una sarta de
lacras, dueños de algunas grandes propiedades (privadas), quienes amasan el
capitalismo para que el resto consumamos la misma mierda que ellos venden. Este
cogollo pretende almacenar a todo el planeta en un stock para condensar toda la
mercancía posible (personas y recursos). Entre ese amasijo de cosas quiere
controlar la comida del planeta bajo relación compra-venta. Para hacer esto
tienen que imponer la forma de agricultura que les conviene: producción,
producción, producción a gran escala, con todos los riesgos que conlleva (según
la Organización para la Agricultura y la Alimentación —FAO, sus siglas en
inglés—, se produce tres veces más comida de lo que la población mundial
necesita, pero una gran cantidad se va al desecho dejando a millones depersonas sin comer).
La manera que encontraron para producir, según ese modelo,
fue introducir investigaciones biotecnológicas y nanotecnológicas en semillas,
lo que derivó en los transgénicos (OGM: organismo genéticamente modificado).
Estas semillas reclaman, según su constitución y por ser generadas dentro del
capitalismo, productos industriales para que generen lo que las corporaciones y
el campesino engañado necesitan producir. Por eso, no solo se comercializan
estas semillas sino que vienen acompañados de un kit de agrotóxicos y
manutenciones mercantiles. Todo un negocio. Redondito.
Pero la vaina no termina allí. Al lado de esta
comercialización de “materia prima” se encuentra un beneficio transnacional (corporaciones
como Monsanto, Dupont, Syngenta y Cargill, entre otros, se llevan gran parte de
la tajada), que muchos países en el mundo convierten en tributo mediante la
legislación: la patente de semillas. La propiedad sobre estas provoca la
competencia entre generadores de semillas. Allí entran las grandes
transnacionales con sus intereses. ¿Cómo? Te dicen que cada semilla debe tener
un “propietario” (esto entrecomillado, ya que la propiedad, en este caso, no se
determina por la compra de productos, servicios y bienes) y que este debería
comprarlas a alguna compañía autorizada por la FAO, ente que hace las veces de
ONU de la comida. Es decir, que el semillero de un conuquero, quien
austeramente rechaza el uso de químicos y de semillas genéticamente modificadas
porque no los necesita y conoce sus orígenes y funciones comerciales, sería
ilegal en un país que legisla para beneficio de las corporaciones que venden
estos productos.
La tragedia de estos procedimientos se puede contar con
pocos ejemplos: en la India se han registrado suicidios de agricultores por
deudas a corporaciones agroindustriales y enfermedades causadas por agrotóxicos
desde principios de la década de los 90 hasta nuestros días (que algunos
analistas desestiman en defensa de las transnacionales). Syngenta es la empresa
que tiene más patentes relacionadas con las tecnologías de restricción de uso
genético, lo cual asegura que el campesino deba comprar, entre otras cosas,
semillas al vendedor por plantas que brotan y se consumen pero que no producen
más semillas para su reproducción: entonces el productor debe volver a comprar
más semillas. Se asumen riesgos por la mutación de un tipo de soya en
específico, el Roundup Ready, como que el consumidor sea mucho más sensible al
estrés por calor y más proclive a infecciones que con las variedades de soya no
transgénica. Esto último, sin contar las últimas investigaciones que indican
que el consumo de alimentos transgénicos produce modificaciones celulares que
derivan en tipos de cáncer y problemas en órganos vitales.
***
En Venezuela se quiso promover una ley de semillas que fue
rechazada por campesinos y movimientos sociales agrarios y agroecológicos. Este
amasijo de pueblo convocó una concentración el día lunes 21 de octubre frente a
la Asamblea Nacional (AN), en Caracas, para manifestarse en contra de la ley a
discutir al día siguiente, martes 22. En el preámbulo, o exposición de motivos,
de la mencionada ley se señala el carácter antitransgénico y antipatente de la
misma. Además, habla de una regulación de semillas “desde una perspectiva
agroecológica”. Se presume derogar, con la ley discutida, la Ley de Semillas y
Material para la Reproducción Animal e Insumos Biológicos publicada en Gaceta
Oficial número 37.552 el 18 de octubre de 2002. El diputado Ureña cuestiona
dicha ley por parecerle “ambigua” con respecto al asunto de los transgénicos y
las patentes. Para el poder popular: hasta aquí todo bien. O casi.
En el cuerpo de la ley propuesta para su discusión, artículo
7, apartado 5, decía: “Se aceptan como valores de la presente Ley (…): El
reconocimiento a la creación intelectual y el derecho a la propiedad
intelectual en materia del desarrollo de nuevas variedades de semilla y
cultivares” (las cursivas son nuestras). Precisamente este enunciado es el
grito al cielo del movimiento popular y campesino con respecto a la presente.
El denominado “derecho a la propiedad intelectual” es un copyright sigiloso, es
decir: determina patente sin mención explícita. Convendría, en todo caso, para
un individuo (léase bien: una sola persona) este tipo de legislación, ya que
podría optar por microcréditos para el fomento de su “creación intelectual” y
así poder endeudarse y obligarse a la producción del monocultivo a mediana o
gran escala. ¿Suena conocido este proceder? Para refrescar la memoria: leer
algunos párrafos atrás o revisar el documental El mundo según Monsanto, por
mencionar alguno.
Hubo un debate entre los diputados José Ureña, Víctor
Bocaranda (militante del Movimiento Popular Revolucionario Argimiro Gabaldón) y
Ana Felicién (del Movimiento Venezuela Libre de Transgénicos) el día miércoles
23 de octubre en el programa matutino de La Radio del Sur Mientras tanto y por
si acaso. Se discutió sobre la pureza y privatización de las semillas
campesinas y sus legitimidades dentro del cuerpo de la ley, así como de tasas a
pagar para validación y certificación de semillas y la burocratización
innecesaria para la circulación de semillas entre campesinos. Asimismo, se
pidió que se activara la carta del “pueblo legislador”, es decir, discusión
profunda de la propuesta y, si es necesaria, nueva redacción de dicha ley y su
exposición de motivos. El diputado Ureña tuvo que aceptar el debate político
abierto a nivel nacional, en la calle y en el campo, tal como garantiza su
propuesta de ley.
Al día siguiente se produjo una reunión, a puerta cerrada,
entre voceros del Movimiento Venezuela Libre de Transgénicos, la segunda
vicepresidenta de la AN, Blanca Eekhout, y otros diputados. Hubo un logro
importante: el diputado por el PSUV José Ureña, principal propulsor y redactor
de la propuesta, aceptó participar en la discusión y formulación de una nueva
ley, junto con diversos colectivos. Esta jornada de elaboración de otra ley
tuvo lugar el lunes 28 y martes 29 de octubre en Monte Carmelo (Sanare, Lara),
durante el Encuentro de Guardianes de Semillas.
***
En el lapso 1940-1970 surgió en nuestro país un éxodo masivo
del campesinado hacia las ciudades. Acontecimiento hijo de la monoproducción
petrolera, boom que devino gracias a la gestoría de Juan Vicente Gómez como
peón de las corporaciones gringas que empezaban, a principios del siglo XX, a
trinar dedos para hacer sonar sus cajas registradoras. El campesino,
desasistido, hambriento y engañado, decidió marchar hacia las ciudades. Por
menos de cuatro lochas se lo llevó la corriente, como dice la canción de Gino
González “Guacharaca conuquera”, y así comenzó el sitio de las barriadas (el
súbito empobrecimiento) en los proyectos venezolanos de urbes. La llamada
modernidad tocó la puerta y los desgobiernos y dictaduras de la Tercera y
Cuarta repúblicas decidieron abrirle la puerta. El modo de producción
capitalista cuasi industrial llegó a la hora del mango y, con ello, el
horroroso latifundio con que azotan los terratenientes los lomos del país.
Debido a esta historia, Venezuela se convirtió en un
importador neto de alimentos en el mercado mundial. Además, subsidia el consumo
con los excedentes del petróleo. Debido a esto, se especula, nuestro país no ha
sido blanco de presión de las corporaciones biotecnológicas. Sin embargo, el
Departamento de Agricultura de Estados Unidos considera convenientemente que
Venezuela tenga una vocación agrícola, pues tiene mucha cantidad de territorio
desperdiciado en latifundios (más de tres millones de hectáreas).
***
El frío de las montañas de Sanare arremete contra la
voluntad de los movimientos campesinos y populares que dan vida a Monte
Carmelo. El caserío se ve amontonado de gente dispuesta a defender con el
cuerpo lo que se dice. Se escucha por ahí incluso un “hay que caminar con la
palabra”.
El lunes 28 de octubre se celebra una asamblea para debatir
y alimentar (o devorar) la propuesta de la nueva ley de semillas. Llegan a
asistir, entre otros, los diputados Ureña y Acurero, quienes escuchan
atentamente y debaten lo concerniente a la ley. Se decide, entonces, convocar
cuatro mesas de trabajo.
El “pueblo legislador” anuncia discursos, propone ideas
concretas en cuanto a la exposición de motivos y a la ley, asume su rol
participativo y protagónico. Es un pueblo en revolución.
“¿Realmente necesitamos una ley para nuestras semillas? ¡La
ley somos nosotros!”, dice un pure, campesino de vieja guardia.
“Aquí hay que entender que estamos en una guerra, y en esta
guerra debemos pelear desde lo que comemos hasta lo que decidamos vivir como
pueblo”, aclara una militante de la verdad.
“En Venezuela se importan transgénicos, además tenemos esa
institución abominable llamada Agropatria, pero nadie dice nada”, lanza una
agroecóloga.
En la mesa número 3, luego de varias horas de debate,
Polilla, campesino de unos cincuenta y tantos, hace un golpe de mesa entre
risas:
“Según leí recientemente, datos y vainas, somos en Venezuela
poco más de 300.000 campesinos que tenemos que alimentar a unos 28 millones de
glotones. ¡No hay cuerpo pa’ eso, compadre!”.
El año pasado (29 de octubre de 2012), durante el I
Encuentro de Guardianes de Semillas, se redactó una declaración que se utiliza,
en sesión plenaria al final de la noche, como soporte para la redacción de la
próxima ley de semillas (sí, se decidió hacer borrón y cuenta nueva, en plena
asamblea, mientras se elegía la metodología a seguir), que finaliza del siguiente
modo: “¡Todas las manos a la siembra, todas las siembras a la escuela y a las
bocas, promoviendo e impulsando la siembra y la cosecha de una sociedad nueva,
donde las semillas más importantes son nuestros niños, niñas y jóvenes,
verdadero semillero de la patria, porque sabemos que con la semilla se
desentierra la historia de Abya Yala (Nuestramérica), territorio vivo que nos
junta en una espiral que no entiende de fronteras!”
En algún momento de la noche Walterio Lanz, con su voz
apagada pero firme, llamó a la reflexión: “No comercialicemos la semilla”. Ya
29 de octubre de 2013, Día Nacional de la Semilla Campesina, en Monte Carmelo
se cuestiona el modelo agrario que los poderosos del planeta quieren imponer.
No con mero discurso, demagogia o ideología sino desde el cuerpo a la semilla.
Originalmente publicado en la revista Épale CCS número 54
No hay comentarios:
Publicar un comentario