La no tan abundante literatura venezolana sobre el tema
petrolero y particularmente sobre el rentístico sufre de otro mal: y es que
cuando se revisa, en la mayoría de los casos a uno le queda la impresión que el
rentismo es algo así como una fatalidad, en el sentido griego del término: el
país se ve enfrentado de manera misteriosa, inexpugnable e inevitable contra el
rentismo, moviéndose siempre hacia un desenlace fatal por una fuerza ciega: el
fatum petrolero.
Más concretamente, los venezolanos aparecemos en dicha
literatura un poco como sísifos obligados a cargar una piedra gigante por una
enorme cuesta que se nos devuelve cuando estamos –o creemos que estamos- por llegar
a la cima: la piedra gigante sería la “siembra petrolera”, la cuesta: el
bienestar, el progreso, la “Gran Venezuela”, etc., la maldición: la renta
petrolera, ese resultado del “excremento del diablo” que hace vicio de su
virtud condenándonos irremediablemente a la locura, el derroche, el
estancamiento, al subdesarrollo, al populismo.
Desde Adriani y Pietri hasta Coronil, pasando por Pérez
Alfonzo y Pérez Shell, esto es más o menos lo que se nos dice. No pocas veces
el argumento se redondea con prejuicios racistas con respecto a la ignorancia
del venezolano, su flojera, etc., aquel viejo chiste (que como todo chiste
después de Freud, sabemos que tiene una estrecha vinculación con cierto
“inconsciente colectivo”) muy bien cultivado en determinados sectores
ilustrados y no tanto de la vida nacional: que Venezuela es un gran país
magnífico pero lamentablemente habitado por venezolanos, que es un poco el
contrapeso puesto por dios ante tantas riquezas y bellezas. Es lo que Adriani y
López Contreras llamaba “crisis del hombres”, el mal y tarado “rebaño nacional”
enfermo por siglos de miserias, ignorancias, realismo mágico y caudillos, el
cual había que mejorar sino sustituir por buenos ejemplares provenientes de
otras tierras con mejor porte y espíritu emprendedor.
Desde luego, la conclusión lógica de todo este razonamiento
es que nuestro pobre país no se desarrolla porque el Estado despilfarrador
–heredero del caudillaje- en colusión con la masa de flojos y vividores ha
malgastado los recursos que debían ser utilizados en el desarrollo de la
industria nacional. El supuesto es que debajo de ese Estado y esas masas existe
una Venezuela productiva conformada por una raza de heroicos emprendedores que
en las condiciones más adversas y por fuera del festín rentista se la han
arreglado para surgir y mantenerse. Por eso uno observa y escucha hoy día a
quienes muy orgullosos afirman que hay que acabar con el “petro-populismo”,
reorientar la renta hacia actividades productivas (es decir, para el
financiamiento del emprendimiento privado) para que estas nos enrumben hacia
los senderos del progreso, a esos donde solo lleva la ética del trabajo y el
espíritu capitalista.
Ahora bien, como suele suceder, este mito contrasta
abiertamente con la realidad por varias razones, pero particularmente por una:
porque en dicho “festín” los más beneficiados han sido precisamente esos
“nobles emprendedores”, los cuales históricamente se han arrimado al Estado
capitalizando su flujo de recursos. Es decir, los capitalistas criollos son los
últimos interesados en que acabe el modelo rentista, son sus principales
defensores, y de hecho, son sus creadores.
En efecto, para empezar por lo último, la ingeniería básica
del modelo rentista, esa según la cual el Estado captura una renta
internacional en razón del ejercicio de una propiedad nacional sobre el recurso
petrolero que luego lo transfiere al sector privado para que impulse el
desarrollo nacional, es invención de don Vicente Lecuna, quien para la época de
redacción de la primera ley de hidrocarburos (1920) fungía de presidente del
Banco de Venezuela, banco privado que cumplía todas las funciones administrativas
del Estado: desde el cobro de impuesto hasta la emisión de moneda. En su famoso
debate con Gumersindo Torres, el esquema Lecuna terminó imponiéndose por lo que
la renta petrolera –lo que en la época se llamaba “canon de arrendamiento”- no
la recibirían los terratenientes (como proponía Torres) sino el Estado, lo que
en la práctica significaba ser administrado por la emergente burguesía
financiera y comercial. Ese el inicio de nuestro rentismo: una creatura de la
burguesía nacional, o más específicamente de una fracción de la misma, la que
emergía con más fuerza desde los tiempos de instalación de las casas
comerciales y la Compañía de Crédito inventada por la dupla Guzmán
Blanco-Manuel Antonio Matos, oligarcas de pura cepa.
Los complementos de las bases del esquema rentista se darían
en los años treinta. El primero de ellos en 1934 con el llamado “Convenio
Tinoco”, esquema cambiario acordado entre el Estado y las transnacionales
petroleras que implicó una sobrevaluación del Bolívar, lo cual se traducía en
una mayor cantidad de dólares a cambiar por moneda nacional por parte de las
petroleras, lo que redundaba en una mayor cantidad de dólares para el país
utilizables para importar. El convenio Tinoco –que debe su nombre a Pedro
Tinoco Smith (padre de Pedro Tinoco, futuro presidente del Latino, jefe de los
“doce apóstoles” y uno de los más conspicuos pillos que hayan habitado estas
tierras), quien fungía de abogado de las empresas y representante del Estado al
mismo tiempo- terminó de enterrar a la ya malograda agricultura nacional, al
tiempo que creó las condiciones necesarias para frustrar cualquier intento de
industrializar al país por las desventajas ante el comercio importador, mucho
más barato y rápido.
El segundo sería en 1939, con la firma del tratado de
reciprocidad comercial con los Estados Unidos, una especie de TLC avant la
lettre. Ya estamos en tiempos de López
Contreras. El acuerdo no solo fue celebrado sino impulsado por la poderosa
burguesía comercial y financiera, quien obtenía a través del mismo muchas más
ventajas para la profundización del comercio de signo importador.
Con estos antecedentes llegaremos a los tiempos de Medina
Angarita. Habría mucho que decir sobre este período, pero lo fundamental por
recordar es que es el primero y único intento real por revertir el capitalismo
rentístico dentro de los márgenes del capitalismo. El proyecto fue impulsado
por una élite burguesa cuyo propósito era transformar la economía nacional en
una de base capitalista “normal”, industrial y no dependiente del ingreso
petrolero. Para ello el gobierno de Medina hubo de combatir en al menos dos
frentes: el internacional, contra las petroleras, pero también el nacional,
contra los capitalistas criollos. Estos últimos formarán en 1943 una alianza
gremial contra Medina a la que le darán el nombre de FEDECAMARAS. Estará
conformada sobre todo por comerciantes, pero la dirigirá un banquero, Luis
Marturet, de los todavía dueños del Mercantil. Acusaban al gobierno de Medina
de intervencionismo en la economía, de perseguir la iniciativa privada, de
ahogarla con controles de precio, de violar la iniciativa privada. El gobierno
argumentaba que al ser principal actor económico tenía no solo el derecho sino
el deber de planificar la economía y establecer criterios para la inversión. A
la par, Medina llevaba a cabo un proceso de democratización que entre otras
cosas establece la legalización de partidos como AD y el PCV. Este proceso
irrita a los militares más reaccionarios, quienes siguiendo aquello de que el
enemigo de mi enemigo es mi amigo se acercan a FEDECAMARAS. El trío lo
completará AD, que cínicamente acusará al gobierno que lo legalizó de
“dictadura”. El 18 de octubre de 1945 le dan un golpe de Estado e instalan una
“junta revolucionaria” encabezada por Rómulo Betancourt.
Periódico "El país": 1945. Golpe de Estado contra Medina Angarita |
Para derrocar a Medina aplicaron fórmulas hoy conocidas por
todos. Se acapararon productos, se acusó al gobierno de causar inflación y
escasez (buena parte de la cual era ficticia, cuando no consecuencia del
contexto de guerra mundial). Se acusó al Estado de intervencionista al crear
redes alternativas de distribución de alimentos, de aplicar controles de precio
para evitar la especulación y de cambio para evitar la fuga de capitales. Se
decía entonces, como ahora, que el progreso del país estaba en la libre
iniciativa privada y que solos los empresarios tenían capacidad de definir los
intereses de la nación. Mientras todo esto ocurría la prensa -que gozaba de
amplias libertades dadas por Medina- se encargó de convertirlo en demonio y
luego celebró abiertamente su derrocamiento.
La Junta durará dos años, luego de los cuales resulta electo
Rómulo Gallegos. Es de hacer notar que se desmantelan varias de las políticas
de Medina, pero particularmente las dos instituciones más criticadas por
FEDECAMARAS por ser los instrumentos del intervencionismo de Estado no lo serán
sino que pasan a ser dirigidas por los propios empresarios: el Consejo Nacional
de Economía y la Corporación Venezolana de Fomento. Este último era una
institución de financiamiento, creada para apoyar a los sectores priorizados
para el desarrollo nacional. Pero en manos de FEDECAMARAS se transformará en
una vía expedita de captación de la renta petrolera de la manera más corrupta
posible: FEDECAMARAS dirigía y otorgaba los créditos que recibía ella misma,
los cuales naturalmente nunca se dio a la tarea de retornar. Esta es la
historia que Betancourt no cuenta en su célebre “Venezuela, política y
petróleo” de hecho, dicha obra tiene como función expresa oscurecer bajo la
retórica de la “distribución justa de la renta” la entrega de la misma a
concentradas manos privadas.
En cuanto a los sectores industriales favorecidos y apoyados
por la política de Medina rápidamente cambiaron de bando y lo dejaron solo en
su pelea. Entre otros, los dos clanes Mendoza se acomodaron a los cambios y de
allí surgirá esa particular condición de la economía venezolana: inflada en lo
comercial y financiero, altamente concentrada en lo industrial. Por eso la
especulación es la forma de funcionamiento normal del empresariado criollo.
Derrocado más tardes Gallegos por no ponerse a la altura de
las exigencias empresariales, entraremos en dictadura de Pérez Jiménez que es
como decir la “edad de oro” de FEDECAMARAS. Luego, resumiendo mucho, esa misma
burguesía cuando considera que el dictador ya no responde a sus ambiciones, se
adelanta al movimiento popular y termina apropiándose de las luchas
democratizadoras. En complicidad con AD secuestra el 23 de enero y luego de
varias idas y vueltas y pacto de Punto Fijo mediante crea las condiciones para
el saqueo que que vendrá después.
En fin, tal día como hoy es un recordatorio que el rentismo
no es una tara, un designio ni una maldición. Es un modo de apropiación de la
riqueza social en pocas manos, en este caso de privatización del excedente
petrolero a través del Estado que como todo modo de apropiación tiene un
origen, una historia, unos arquitectos y unos defensores que luego levantan un
mito que los encubre.
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